dilluns, 29 de juliol del 2013

UNA CLASE MAGISTRAL DE DEMOGRAFIA QUE LA CLASE POLÍTICA QUE SUFRIMOS NO QUIERE ESCUCHAR. POR JULIO PÉREZ DÍAZ

¿También es natalista el PSOE?

El natalismo es una receta muy popular en la que cayó siempre la derecha, pero también tienta al resto. Buen ejemplo es una reciente tribuna de Josefina Cruz Villalón en el País. Desconozco si es consciente de estarse alineando con el discurso Vaticano, el del PP o el de Putin en Rusia, pero repite todos sus tópicos, los mismos que hace más de un siglo sostienen que Occidente tiene que hacer un esfuerzo por elevar la natalidad:


El sonsonete natalista y antienvejecimiento se basa en falacias, y es importante que los demógrafos las desvelemos, vengan del partido que vengan (aunque eso suponga perder el aprecio de todos ellos).  La mencionada tribuna incurre en tópicos demostradamente erróneos, por muy comunes que resulten en la calle, y me da la ocasión de insistir en algunas puntualizaciones que son ya habituales en este blog (junto a críticas similares a otras ideologías demográficas, como las antinatalistas o las eugenistas, que amplían aún más el espectro político de las enemistades).

La transición demográfica (el único fundamento teórico al que la autora se remite), es una artefacto obsoleto desde hace más de medio siglo, simplemente incapaz de servir como marco explicativo de las dinámicas demográficas contemporáneas. Lo que ha ocurrido con la demografía española y mundial es una auténtica revolución en la manera que tienen las poblaciones de reproducirse, que ha elevado radicalmente su eficiencia cambiando cantidad de nacimientos por duración de las vidas,  y liberado a la mujer de la ancestral sujeción al poder político, familiar o conyugal en su calidad de “fabricante de nuevas personas”  (ver publicaciones sobre la Revolución Reproductiva).

El envejecimiento demográfico “sistémico” no es identificable con el envejecimiento demográfico “por emigración” de jóvenes (el único realmente asociado a la decadencia y al abandono). El “sistémico”, que experimenta el mundo en general y España en particular, no tiene precedentes en toda nuestra historia y es por el contrario una bendición, un progreso sin paliativos. Sólo puede calificarse como “situación demográfica crítica” si se sigue pensando en la demografía en los mismos términos que cuando las élites burguesas europeas crearon los sistemas estadísticos nacionales del siglo XIX. Esos sistemas eran una manera de mantener la “contabilidad de los haberes” del Estado para unas élites políticas y económicas que veían a la población como una herramienta más de poder.

En efecto, que España pudiera ser algún día una sociedad “con mayor calidad de vida, pero que languidece en términos biológicos y puede incluso poner en peligro su propia existencia” podría haberlo escrito la élite del biologismo social del siglo XIX. Es el mismo lenguaje de Spengler en La decadencia de Occidente o el de Corrado Gini (director de los servicios estadísticos de Mussolini) en Nascita, evoluzione e morte delle nazioni.

La afirmación de que la fecundidad por debajo de 2,1 hijos por mujer no se ha traducido en una reducción directa de la población “porque las generaciones de mujeres que se han ido incorporando a la edad fecunda eran más numerosas que sus inmediatas antecesoras”, o es un error de análisis, o denota que no se ha hecho tal análisis. En este tema casi todo el mundo toca de oído, sin hacer los números y sin distinguir fecundidad y reproducción.

Esta conjunción de arcaísmos, tópicos y errores de análisis es corriente en la calle, pero es que aquí sirve para fundamentar no una simple opinión, sino una recomendación de Estado:

“…de lo que no cabe ninguna duda es de que en España se debería acometer ya de forma decidida, como una política de Estado, la del rejuvenecimiento de su estructura demográfica, que sería abordar el problema del envejecimiento de la población en su raíz y no únicamente en sus síntomas.”

Este es el gran peligro de la demografía desde sus orígenes. Con cuatro números y otros tantos tópicos las élites creyeron siempre estar facultadas para iniciar políticas de población que recondujesen las dinámicas y estructuras poblacionales “para el bien colectivo” y contra las malas prácticas de los individuos.

¡Casi nada! ¡Tener una u otra estructura demográfica resulta ser un posible objetivo del Estado! Pero ¿cómo se rejuvenece la estructura demográfica? La autora tiene una respuesta fácil: con más inmigrantes o con más nacimientos (por suerte se ha descartado la otra vía, la del genocidio selectivo en función de la edad).

Quien encuentra aceptable la solución inmigratoria se distancia de otros sectores ideológicos que ven en la inmigración una “amenaza” para las esencias culturales y religiosas de la patria o, simplemente, para los que buscan un trabajo y no quieren más competencia. Pero ese progresismo es gratuito y vacío ahora, porque España no está en condiciones de proporcionar trabajo ni siquiera a los habitantes que ya tiene.

Queda por tanto el fomento de la natalidad, que es donde se quería llegar, “la raíz” que permite cambiar la pirámide de edades. Pero aquí es donde las sugerencias se acaban, como si no hubiese que hablar de los procedimientos y su aceptabilidad por parte del ciudadanía. Y son importates. También Franco quiso una mayor natalidad en cuanto se convirtió en Caudillo, y su empeño contó con una capacidad de imponer y ordenar mucho mayor que la de cualquier Estado democrático actual. Pese a ello no la consiguió, aunque sus fórmulas sirvieron, eso sí, para retroceder en la igualdad social y de género varias décadas. Supongo que al socialismo español no le parecerá bien volver al plus familiar, poner impuestos a los solteros o a los casados sin hijos, o supeditar ciertos derechos como la pensión de vejez al número de hijos habido. Tampoco una mayor limitación del aborto o del acceso a los anticonceptivos parecen la vía socialista (por mucho que la utilizasen los comunismos como el de Ceaucescu o el  propio stalinismo en la URSS).

Así que la política, en vez de pedir más o menos habitantes, o pirámides más o menos piramidales, debería asumir que la demografía hace mucho que dejó de ser sólo cosa de “cuántos somos” en la contabilidad nacional. Sus desarrollos técnicos y teóricos, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, la han llevado a centrarse en “cómo somos” y en qué condiciones nacemos, nos hacemos, vivimos y nos relacionamos, envejecemos y morimos. Así que, si los políticos de cualquier signo están interesados en utilizarla e integrarla en sus proyectos y discursos, harían bien en atender a algunas de las cosas que en su actual configuración nuestra disciplina puede aportar:

  • Hay que abandonar los tópicos demográficos del XIX, centrados en las proyecciones, las estructuras y volúmenes más o menos convenientes para el Estado y la nación. Ese plano teórico ha sido la coartada para algunas de las mayores barbaridades políticas del siglo XX. En los estados democráticos lo que debe hacer la política es preocuparse de los ciudadanos.
  • Es un error asustar con la modernización demográfica y con la pirámide poblacional resultante; la demografía nunca nos fue más favorable (literalmente nunca, y reto a cualquiera a argumentar lo contrario con datos históricos y sin recurrir a valoraciones apriorísticas sobre lo bueno o lo malo que es el envejecimiento demográfico o el tener más o menos natalidad).
  • Lo que conviene a cualquier población es que el tener o no tener hijos esté menos condicionado por la desigualdad social, económica y laboral, de modo que los hijos que se tienen sean resultado de una decisión consciente, cuanto más libre mejor (por cierto, aunque no sea ese su objetivo, en nuestro entorno y características, los países mas avanzados en esto resultan tener una mayor fecundidad que España).
  • A quien decide tener hijos, conviene facilitarle condiciones para alimentarlos, alojarlos, vestirlos, educarlos y darles atención y cariño, al margen de cuál sea estatus social, laboral, económico o cultural. Esa es la inversión de futuro de verdad para un país, la calidad de sus ciudadanos, no su número (nunca seremos tantos como los chinos… ¿y qué?).

En medio de lo que está cayendo, el natalismo es una distracción, además de un objetivo falso, fuera del alcance del Estado (siempre lo estuvo), cuya hipotética consecución sólo redundaría en problemas aún mayores a los actuales y cuya persecución resucita la dialéctica más rancia de nuestro pasado imperial europeo. Estas no pueden ser las soluciones políticas a la situación que tenemos. Hay que trabajarlas un poco más, especialmente cuando se tienen intenciones progresistas.

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Font fotografia: https://es.wikipedia.org/wiki/Julio_P%C3%A9rez_D%C3%ADaz

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