A continuación repoducimos el prólogo del libro de Clara Valverde titulado "De la necropolítica neoliberal a la empatiía radical", a cargo del filósofo Santiago López Petit. La autora es docente, escritora y conferenciante, formada en Canadá en enfermería y Counselling. Tiene una larga experiencia en atención primaria, hospitalaria, salud pública y comunitaria. Trata los temas de salud y enfermedad desde varias ópticas: médica, enfermería, filosófica, psicológica, política, antropológica y social. Está especializada en políticas sanitarias, comunicación terapéutica (Relación de Ayuda) y Trauma Transgeneracional de la violencia política. Otros temas que trabaja como experta son: la cronicidad (la del paciente y la del profesional), la medicina y la enfermería basadas en la narrativa, la ética del “Otro”, corporalidades diferentes, los aspectos políticos de la sanidad, las enfermedades emergentes y medio-ambientales, la auto-organización de los pacientes, la psicología y la filosofía de la salud.
* Texto extraído de la web del Equipo Aquo de formación y supervisión de profesionales sociosanitarios, del cual es fundadora.
El poder es poder matar, y quien
puede hacerlo, tiene el poder. Esta verdad simple, y a la vez esencial, ha sido
siempre escondida porque es profundamente desestabilizadora. La «legitimación
del poder» consiste, precisamente, en inventar una justificación que permita
enterrarla. La religión o la filosofía política lo han hecho apelando a Dios, a
la sociedad o al transcendental que en cada momento fuera más conveniente. Sin
embargo, ha sido desde el interior del propio poder de donde ha surgido,
posiblemente, la coartada más inesperada. Sucedió en la segunda mitad del siglo
XVIII, cuando el antiguo Derecho de soberanía se abrió a un acercamiento a la
vida con la excusa de protegerla. Fue así como el poder se vistió de biopoder,
y decidió que no bastaba con disciplinar los cuerpos uno a uno, sino que había
que regular un cuerpo que poseía innumerables cabezas, es decir, la población
entera. Esta nueva tecnología del poder que Foucault llamó biopolítica
estataliza la vida para poder optimizarla, y se autopresenta bajo un rostro más
humano. Estadísticas, previsiones, mecanismos de regulación y de seguridad son
las herramientas empleadas para gestionar cualquier amenaza imprevisible
dirigida contra la población. El soberano «hacía morir o dejaba vivir», la
biopolítica, en cambio, interviene para hacer vivir.
Ciertamente la otra cara del
«hacer vivir» es el terrible «dejar morir», aunque este aspecto permanecía en
un segundo plano. Incluso el propio
Foucault se preguntaba: «Si de lo que se trata es de potenciar la vida
(prolongar su duración, multiplicar su probabilidad, evitar los accidentes,
compensar los déficits), ¿cómo es posible que un poder de este tipo pueda
matar, exponga a la muerte no solo a sus enemigos sino a sus ciudadanos?»
(Genealogía del racismo, Madrid, 1992: 263). Este «olvido» no resulta extraño
ya que, desde la perspectiva del biopoder, la muerte aparentemente desaparecía
de la esfera política y casi se transformaba en un asunto privado. Pero el
abrazo del poder a la vida tiene mucho de engaño, y en ese «tomarla a su cargo»
no se puede ocultar la asimetría que existe: la intervención sobre la vida
presupone y requiere poder matar. Con lo que, finalmente, se desvela la verdad
de la biopolítica. La biopolítica es, en ella misma necropolítica, es decir,
una política de y con la muerte.
El libro de Clara Valverde
muestra que la política neoliberal consiste en una necropolítica cuyo objetivo
declarado es acabar con los excluidos. No se trata de ninguna exageración. El
capital desbocado en su marcha adelante destruye todos los obstáculos que
encuentra en su camino. Y son obstáculos todas aquellas personas que no son
rentables, que no son empleables. Desde los pobres a los discapacitados y
dependientes, pasando por los jóvenes o los ancianos sin recursos. El mérito
del libro es mostrar cómo ese «poder matar» se materializa en políticas
concretas. Clara analiza, especialmente, porque lo conoce muy bien, el
tratamiento jurídico-sanitario de los enfermos de SSC, esos «muertos en vida»
extremadamente frágiles pero cuya fuerza descoloca la mirada del sentido común.
Esta denuncia, en la medida en que la necroplítica es una política de la
desaparición, debe extenderse —y esto solo puede ser el resultado de un trabajo
colectivo aún por realizar— a las mujeres asesinadas, especialmente en México,
a los jóvenes asesinados en América Central, y así podríamos seguir.
Feminicidio, juvenicidio... Es necesario inventar nuevas palabras para designar
ese horror. De esta manera sale a la luz el campo de guerra que subyace bajo
nuestra imperturbable normalidad. Un campo de guerra en el que la política de
la desaparición confiere a la muerte un nuevo estatuto. La muerte socializada
como amenaza permanente y signo del poder se pone más allá de sí misma, y no
constituye ya límite alguno. Porque aun más terrible que ella misma es la
violencia inscrita en el cuerpo de la víctima inocente, cuyo objetivo solo se
hace comprensible si se inserta en la estrategia nihilizadora del capital.