dissabte, 30 d’abril del 2016

La necropolítica neoliberal: violencia discreta y cuerpos excluídos

A continuación repoducimos el prólogo del libro de Clara Valverde titulado "De la necropolítica neoliberal a la empatiía radical", a cargo del filósofo Santiago López Petit. La autora es docente, escritora y conferenciante, formada en Canadá en enfermería y Counselling. Tiene una larga experiencia en atención primaria, hospitalaria, salud pública y comunitaria. Trata los temas de salud y enfermedad desde varias ópticas: médica, enfermería, filosófica, psicológica, política, antropológica y social. Está especializada en políticas sanitarias, comunicación terapéutica (Relación de Ayuda) y Trauma Transgeneracional de la violencia política. Otros temas que trabaja como experta son: la cronicidad (la del paciente y la del profesional), la medicina y la enfermería basadas en la narrativa, la ética del “Otro”, corporalidades diferentes, los aspectos políticos de la sanidad, las enfermedades emergentes y medio-ambientales, la auto-organización de los pacientes, la psicología y la filosofía de la salud.
* Texto extraído de la web del Equipo Aquo de formación y supervisión de profesionales sociosanitarios, del cual es fundadora.

El poder es poder matar, y quien puede hacerlo, tiene el poder. Esta verdad simple, y a la vez esencial, ha sido siempre escondida porque es profundamente desestabilizadora. La «legitimación del poder» consiste, precisamente, en inventar una justificación que permita enterrarla. La religión o la filosofía política lo han hecho apelando a Dios, a la sociedad o al transcendental que en cada momento fuera más conveniente. Sin embargo, ha sido desde el interior del propio poder de donde ha surgido, posiblemente, la coartada más inesperada. Sucedió en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el antiguo Derecho de soberanía se abrió a un acercamiento a la vida con la excusa de protegerla. Fue así como el poder se vistió de biopoder, y decidió que no bastaba con disciplinar los cuerpos uno a uno, sino que había que regular un cuerpo que poseía innumerables cabezas, es decir, la población entera. Esta nueva tecnología del poder que Foucault llamó biopolítica estataliza la vida para poder optimizarla, y se autopresenta bajo un rostro más humano. Estadísticas, previsiones, mecanismos de regulación y de seguridad son las herramientas empleadas para gestionar cualquier amenaza imprevisible dirigida contra la población. El soberano «hacía morir o dejaba vivir», la biopolítica, en cambio, interviene para hacer vivir.

Ciertamente la otra cara del «hacer vivir» es el terrible «dejar morir», aunque este aspecto permanecía en un segundo plano. Incluso el propio Foucault se preguntaba: «Si de lo que se trata es de potenciar la vida (prolongar su duración, multiplicar su probabilidad, evitar los accidentes, compensar los déficits), ¿cómo es posible que un poder de este tipo pueda matar, exponga a la muerte no solo a sus enemigos sino a sus ciudadanos?» (Genealogía del racismo, Madrid, 1992: 263). Este «olvido» no resulta extraño ya que, desde la perspectiva del biopoder, la muerte aparentemente desaparecía de la esfera política y casi se transformaba en un asunto privado. Pero el abrazo del poder a la vida tiene mucho de engaño, y en ese «tomarla a su cargo» no se puede ocultar la asimetría que existe: la intervención sobre la vida presupone y requiere poder matar. Con lo que, finalmente, se desvela la verdad de la biopolítica. La biopolítica es, en ella misma necropolítica, es decir, una política de y con la muerte.

El libro de Clara Valverde muestra que la política neoliberal consiste en una necropolítica cuyo objetivo declarado es acabar con los excluidos. No se trata de ninguna exageración. El capital desbocado en su marcha adelante destruye todos los obstáculos que encuentra en su camino. Y son obstáculos todas aquellas personas que no son rentables, que no son empleables. Desde los pobres a los discapacitados y dependientes, pasando por los jóvenes o los ancianos sin recursos. El mérito del libro es mostrar cómo ese «poder matar» se materializa en políticas concretas. Clara analiza, especialmente, porque lo conoce muy bien, el tratamiento jurídico-sanitario de los enfermos de SSC, esos «muertos en vida» extremadamente frágiles pero cuya fuerza descoloca la mirada del sentido común. Esta denuncia, en la medida en que la necroplítica es una política de la desaparición, debe extenderse —y esto solo puede ser el resultado de un trabajo colectivo aún por realizar— a las mujeres asesinadas, especialmente en México, a los jóvenes asesinados en América Central, y así podríamos seguir. Feminicidio, juvenicidio... Es necesario inventar nuevas palabras para designar ese horror. De esta manera sale a la luz el campo de guerra que subyace bajo nuestra imperturbable normalidad. Un campo de guerra en el que la política de la desaparición confiere a la muerte un nuevo estatuto. La muerte socializada como amenaza permanente y signo del poder se pone más allá de sí misma, y no constituye ya límite alguno. Porque aun más terrible que ella misma es la violencia inscrita en el cuerpo de la víctima inocente, cuyo objetivo solo se hace comprensible si se inserta en la estrategia nihilizadora del capital.


Excluidos, pues, serían aquellos que habitan, o mejor dicho, aquellos que intentan sobrevivir en este campo de guerra que abarca toda la Tierra. La necropolítica vincula, absolutamente, política y muerte, y no permite ninguna exterioridad. Pero entonces, ¿por qué hay tanta normalidad si estamos en guerra? Porque el espacio de los posibles recubre el campo de guerra y lo oculta, como la luz oculta la oscuridad. La proclama que rige el funcionamiento del espacio de los posibles es simple: «Eres libre de hacer con tu vida lo que quieras», y los posibles son las latas de oportunidades que abrimos. Sin embargo, nos ahogamos por falta de imposible ya que, en verdad, se trata de una cárcel abierta y autogestionada. En el campo de guerra, por lo contrario, el chantaje de la amenaza y del secuestro extiende el miedo, mientras las jerarquías oscuras organizan el agujero negro de una cárcel cerrada. Los posibles aquí se recogen en una sola imposibilidad, la imposibilidad de vivir.


Pero el campo de guerra y el espacio de los posibles son las dos caras de lo mismo. De una única realidad en la que vivir es aceptar, día a día, que la propia vida no vale nada. Por eso la dualidad excluido/incluido es útil, y a la vez, problemática. Constituye el punto de partida necesario y, sin embargo, tiene que ser dejada a un lado. El desafío consiste en atravesarla: «todos somos (potencialmente) excluidos». La antigua operación política que buscaba dar una centralidad política al margen, no es necesaria. El margen está ya plenamente en el centro. Si pensamos políticamente la exclusión, es decir, si consideramos a los excluidos anomalías peligrosas puesto que interrumpen la máquina de movilización global, entonces el grito de «Basta ya» estalla en una única afirmación colectiva de dignidad. Aunque tampoco hay que engañarse. La vida del joven que no vale nada en Colombia porque su muerte es moneda de cambio no es la vida del joven en paro y sin futuro que malvive en el parque temático llamado Barcelona. Clara Valverde lo sabe perfectamente. Hablar de necropolítica no implica simplificar el discurso ni confundirlo todo. Por esa razón, su libro apunta desde el principio a la cuestión verdaderamente importante: ¿cómo autoorganizar el sufrimiento social? ¿Cómo pensar una alianza política entre todos y todas? Evidentemente, no se nos da la solución aunque sí valiosas indicaciones: los espacios intersticiales en tanto que lugar de encuentro, la empatía radical como base de una unión sin unidad, en definitiva, la propia vulnerabilidad como el modo más radical de hacer frente, paradójicamente, a la necropolítica.

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