Publicamos en este blog un artículo más de Ignacio Ramonet, doctor en semiología, autor de diversos libros sobre las actuaciones y las estrategias del poder en el ámbito geográfico, y de numerosos artículos en los que expresa una crítica radical a los medios de comunicación de masas. Entre los años 1990 y 2008 dirigió Le Monde Diplomatique, donde ha sido publicado el artículo que reproducimos a continuación.
La administradora del blog
GOOGLE LO SABE TODO DE TI
En
nuestra vida cotidiana dejamos constantemente rastros que entregan nuestra
identidad, dejan ver nuestras relaciones, reconstruyen nuestros
desplazamientos, identifican nuestras ideas, desvelan nuestros gustos, nuestras
elecciones y nuestras pasiones; incluso las más secretas. A lo largo del
planeta, múltiples redes de control masivo no paran de vigilarnos. En todas
partes, alguien nos observa a través de nuevas cerraduras digitales. El
desarrollo del Internet de las cosas (Internet of Things) y la proliferación
de objetos conectados (1) multiplican la cantidad de chivatos de todo tipo que
nos cercan. En Estados Unidos, por ejemplo, la empresa de electrónica Vizio,
instalada en Irvine (California), principal fabricante de televisores
inteligentes conectados a Internet, ha revelado recientemente que sus
televisores espiaban a los usuarios por medio de tecnologías incorporadas en el
aparato.
Los
televisores graban todo lo que los espectadores consumen en materia de
programas audiovisuales, tanto programas de cadenas por cable como contenidos
en DVD, paquetes de acceso a Internet o consolas de videojuegos… Por lo tanto,
Vizio puede saberlo todo sobre las selecciones que sus clientes prefieren en
materia de ocio audiovisual. Y, consecuentemente, puede vender esta información
a empresas publicitarias que, gracias al análisis de los datos acopiados,
conocerán con precisión los gustos de los usuarios y estarán en mejor situación
para tenerlos en el punto de mira (2).
Esta
no es, en sí misma, una estrategia diferente de la que, por ejemplo, Facebook y
Google utilizan habitualmente para conocer a los internautas y ofrecerles
publicidad adaptada a sus supuestos gustos. Recordemos que, en la novela de
Orwell 1984, los televisores –obligatorios en cada domicilio–, “ven” a través
de la pantalla lo que hace la gente (“¡Ahora podemos veros!”). Y la pregunta
que plantea hoy la existencia de aparatos tipo Vizio es saber si estamos
dispuestos a aceptar que nuestro televisor nos espíe.
A
juzgar por la denuncia interpuesta, en agosto de 2015, por el diputado
californiano Mike Gatto contra la empresa surcoreana Samsung, parece que no. La
empresa fue acusada de equipar sus nuevos televisores también con un micrófono
oculto capaz de grabar las conversaciones de los telespectadores, sin que éstos
lo supieran, y de transmitirlas a terceros (3)… Mike Gatto, que preside la
Comisión de protección del consumidor y de la vida privada en el Congreso de
California, presentó incluso una propuesta de ley para prohibir que los
televisores pudieran espiar a la gente.
Por
el contrario, Jim Dempsey, director del centro Derecho y Tecnologías, de la
Universidad de California, en Berkeley, piensa que los televisores-chivatos van
a proliferar: “La tecnología permitirá analizar los comportamientos de la
gente. Y esto no sólo interesará a los anunciantes. También podría permitir la
realización de evaluaciones psicológicas o culturales, que, por ejemplo,
interesarán también a las compañías de seguros”. Sobre todo teniendo en cuenta
que las empresas de recursos humanos y de trabajo temporal ya utilizan sistemas
de análisis de voz para establecer un diagnóstico psicológico inmediato de las
personas que les llaman por teléfono en busca de empleo…
Repartidos
un poco por todas partes, los detectores de nuestros actos y gestos abundan a
nuestro alrededor, incluso, como acabamos de ver, en nuestro televisor:
sensores que registran la velocidad de nuestros desplazamientos o de nuestros
itinerarios; tecnologías de reconocimiento facial que memorizan la impronta de
nuestro rostro y crean, sin que lo sepamos, bases de datos biométricos de cada
uno de nosotros… Por no hablar de los nuevos chips de identificación por
radiofrecuencia (RFID) (4), que descubren automáticamente nuestro perfil de
consumidor, como hacen ya las “tarjetas de fidelidad” que generosamente ofrece
la mayoría de los grandes supermercados (Carrefour, Alcampo, Eroski) y las
grandes marcas (FNAC, el Corte Inglés).
Ya
no estamos solos frente a la pantalla de nuestro ordenador. ¿Quién ignora a
estas alturas que son examinados y filtrados los mensajes electrónicos, las
consultas en la Red, los intercambios en las redes sociales? Cada clic,
cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito y cada
navegación en Internet suministra excelentes informaciones sobre cada uno de
nosotros, que se apresura a analizar un imperio en la sombra al servicio de
corporaciones comerciales, de empresas publicitarias, de entidades financieras,
de partidos políticos o de autoridades gubernamentales.
El
necesario equilibrio entre libertad y seguridad corre, por tanto, el peligro de
romperse. En la película de Michael Radford, 1984, basada en la novela de
George Orwell, el presidente supremo, llamado Big Brother, define así su
doctrina: “La guerra no tiene por objetivo ser ganada, su objetivo es
continuar”; y: “La guerra la hacen los dirigentes contra sus propios
ciudadanos, y tiene por objeto mantener intacta la estructura misma de la
sociedad” (5). Dos principios que, extrañamente, están hoy a la orden del día
en nuestras sociedades contemporáneas. Con el pretexto de tratar de proteger al
conjunto de la sociedad, las autoridades ven en cada ciudadano a un potencial
delincuente. La guerra permanente (y necesaria) contra el terrorismo les
proporciona una coartada moral impecable y favorece la acumulación de un
impresionante arsenal de leyes para proceder al control social integral.
Y
más teniendo en cuenta que la crisis económica aviva el descontento social que,
aquí o allí, podría adoptar la forma de motines ciudadanos, levantamientos campesinos
o revueltas en los suburbios. Más sofisticadas que las porras y las mangueras
de las fuerzas del orden, las nuevas armas de vigilancia permiten identificar
mejor a los líderes y ponerlos fuera de juego anticipadamente.
“Habrá
menos intimidad, menos respeto a la vida privada, pero más seguridad”, nos
dicen las autoridades. En nombre de ese imperativo se instala así, a
hurtadillas, un régimen de seguridad al que podemos calificar de “sociedad de
control”. En la actualidad, el principio del “panóptico” se aplica a toda la
sociedad. En su libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión,
el filósofo Michel Foucault explica cómo el “Panóptico” (“el ojo que todo lo
ve”) (6) es un dispositivo arquitectónico que crea una “sensación de
omnisciencia invisible” y que permite a los guardianes ver sin ser vistos
dentro del recinto de una prisión. Los detenidos, expuestos permanentemente a
la mirada oculta de los “vigilantes”, viven con el temor de ser pillados en
falta. Lo cual les lleva a autodisciplinarse… De esto podemos deducir que el
principio organizador de una sociedad disciplinaria es el siguiente: bajo la
presión de una vigilancia ininterrumpida, la gente acaba por modificar su
comportamiento. Como afirma Glenn Greenwald: “Las experiencias históricas
demuestran que la simple existencia de un sistema de vigilancia a gran escala,
sea cual sea la manera en que se utilice, es suficiente por sí misma para
reprimir a los disidentes. Una sociedad consciente de estar permanentemente
vigilada se vuelve enseguida dócil y timorata” (7).
Hoy
en día, el sistema panóptico se ha reforzado con una particularidad nueva con
relación a las anteriores sociedades de control que confinaban a las personas
consideradas antisociales, marginales, rebeldes o enemigas en lugares de
privación de libertad cerrados: prisiones, penales, reformatorios, manicomios,
asilos, campos de concentración… Sin embargo, nuestras sociedades de control
contemporáneas dejan en aparente libertad a los sospechosos (o sea, a todos los
ciudadanos), aunque los mantienen bajo vigilancia electrónica permanente. La
contención digital ha sucedido a la contención física.
A
veces, esta vigilancia constante también se lleva a cabo con ayuda de chivatos
tecnológicos que la gente adquiere libremente: ordenadores,
teléfonos móviles, tabletas, abonos de transporte, tarjetas bancarias
inteligentes, tarjetas comerciales de fidelidad, localizadores GPS, etc. Por
ejemplo, el portal Yahoo!, que consultan regular y voluntariamente unos 800
millones de personas, captura una media de 2.500 rutinas al mes de cada uno de
sus usuarios. En cuanto a Google, cuyo número de usuarios sobrepasa los mil
millones, dispone de un impresionante número de sensores para espiar el
comportamiento de cada usuario (8): el motor Google Search, por ejemplo, le
permite saber dónde se encuentra el internauta, lo que busca y en qué momento.
El navegador Google Chrome, un megachivato, envía directamente a
Alphabet (la empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario en materia
de navegación. Google Analytics elabora estadísticas muy
precisas de las consultas de los internautas en la Red. Google Plus recoge
información complementaria y la mezcla. Gmail analiza la correspondencia
intercambiada, lo cual revela mucho sobre el emisor y sus contactos. El
servicio DNS (Domain Name System, o Sistema de nombres
de dominio) de Google analiza los sitios visitados. YouTube, el
servicio de vídeos más visitado del mundo, que pertenece también a Google –y,
por tanto, a Alphabet–, registra todo lo que hacemos en él. Google Maps identifica
el lugar en el que nos encontramos, adónde vamos, cuándo y por qué itinerario… AdWordssabe
lo que queremos vender o promocionar. Y desde el momento en que encendemos un smartphone con Android,
Google sabe inmediatamente dónde estamos y qué estamos haciendo. Nadie nos
obliga a recurrir a Google, pero cuando lo hacemos, Google lo sabe todo de
nosotros. Y, según Julian Assange, inmediatamente informa de ello a las
autoridades estadounidenses…
En
otras ocasiones, los que espían y rastrean nuestros movimientos son sistemas
disimulados o camuflados, semejantes a los radares de carretera, los drones o
las cámaras de vigilancia (llamadas también de “videoprotección”). Este tipo de
cámaras ha proliferado tanto que, por ejemplo, en el Reino Unido, donde hay más
de cuatro millones de ellas (una por cada quince habitantes), un peatón puede
ser filmado en Londres hasta 300 veces cada día. Y las cámaras de última
generación, como la Gigapan, de altísima definición –más de mil millones de píxeles–,
permiten obtener, con una sola fotografía y mediante un vertiginoso zoom dentro
de la propia imagen, la ficha biométrica del rostro de cada
una de las miles de personas presentes en un estadio, en una manifestación o en
un mitin político (9).
A
pesar de que hay estudios serios que han demostrado la débil eficacia de la
videovigilancia (10) en materia de seguridad, esta técnica sigue siendo
refrendada por los grandes medios de comunicación. Incluso una parte de la
opinión pública ha terminado por aceptar la restricción de sus propias
libertades: el 63% de los franceses se declara dispuesto a una “limitación de
las libertades individuales en Internet en razón de la lucha contra el
terrorismo” (11).
Lo
cual demuestra que el margen de progreso en materia de sumisión es todavía
considerable…
Fuente fotografía:http://www.radiocable.com/ignacio-ramonet-en-la-cafetera555.html
(1)
Se habla de “objetos conectados” para referirse a aquellos cuya misión
primordial no es, simplemente, la de ser periféricos informáticos o interfaces
de acceso a la Web, sino la de aportar, provistos de una conexión a Internet,
un valor adicional en términos de funcionalidad, de información, de interacción
con el entorno o de uso (Fuente: Dictionnaire du Web).
(2) El
País, 2015.
(3)
A partir de entonces, Samsung anunció que cambiaría de política, y aseguró que,
en adelante, el sistema de grabación instalado en sus televisores sólo se
activaría cuando el usuario apretara el botón de grabación.
(4)
Que ya forman parte de muchos de los productos habituales de consumo, así como
de los documentos de identidad.
(5)
Michael Radford, 1984, 1984.
(6)
Inventado en 1791 por el filósofo utilitarista inglés Jeremy Bentham.
(7)
Glenn Greenwald, Sin un lugar donde esconderse, Ediciones B,
Madrid, 2014.
(10)
“‘Assessing the impact of CCTV’, el más exhaustivo de los informes dedicados al
tema, publicado en febrero de 2005 por el Ministerio del Interior británico
(Home Office), asesta un golpe a la videovigilancia. Según este estudio, la
debilidad del dispositivo se debe a tres elementos: la ejecución técnica, la desmesura
de los objetivos asignados a esta tecnología y el factor humano”. Véase Noé Le
Blanc, “Sous l’oeil myope des caméras”, Le Monde diplomatique,
París, septiembre de 2008.
(11) Le Canard
enchaîné, París, 15 de abril de 2015.