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dijous, 29 de gener del 2015

Telebasura ¿Es lo que la gente quiere ver?

Artículo del periodista mexicano Raúl Luengas publicado en Publicoscopia

"Es lo que la gente quiere ver" o "es lo que la gente quiere escuchar", aseguran reiteradamente "periodistas" y "profesionales" de la comunicación para justifican así el reinado aborrecible de contenidos putrefactos en la mayoría de los medios en los que suele asumirse que las audiencias están compuesta por idiotas. Cierto que en nuestra sociedad globalizada, dominada por el insaciable apetito de consumo y entretenimiento, hay signos inequívocos de un colapso de la inteligencia, pero no como el resultado de un proceso espontáneo, sino como efecto inevitable de una sociedad, cuyos miembros y cuya noción de ciudadanía, ha sido intencionalmente moldeada y rebajada al nivel de simples consumidores. Claro ejemplo de esto fue cuando después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, el presidente George W Bush, en lugar de mostrarse como estadista capaz de propiciar una profunda reflexión de proyecto de nación, desde la experiencia colectiva de dolor generada por esa aborrecible tragedia provocada, Bush exhortó al pueblo estadounidense a ir a las tiendas "a comprar más", además de haber respondido a los ataques con guerras e invasiones ilegales e inmorales como la de Irak, cuyo país no tenía nada que ver con los hechos de septiembre once.

El escritor estadounidense Morris Berman describe así el problema en una de sus agudas publicaciones sobre la sociedad estadounidense: "Para una población estupidizada, perdida, la 'democracia' no será más que el derecho a comprar, o a elegir entre Wendy's y Burger King, o a ver CNN y pensar que este 'infotenimiento' dirigido constituye en verdad las noticias. Como dije, la hegemonía corporativa, el triunfo de la democracia/consumista global basada en el modelo estadounidense, es el colapso de la civilización".

Un artículo publicado en The New York Times en 1995, reveló los resultados de una encuesta mostrando que el 40 por ciento de los adultos estadounidenses (unos 70 millones de personas) no sabía que Alemania fue su enemigo en la Segunda Guerra Mundial. Otra encuesta de 1998 realizada por el National Constitution Center reveló que sólo el 41 por ciento de los adolescentes estadounidenses pudo nombrar tres ramas del gobierno, pero el 59 por ciento pudo decir sin problemas los nombre de los Tres Chiflados. Según Berman, existe de hecho una gran "hostilidad hacia la inteligencia" y hasta una "celebración de la ignorancia", reflejada en la televisión o en películas como Forrest Gump, en la que "un idiota bienintencionado es convertido en héroe".

Pero mi punto es que el innegable colapso de la inteligencia y la estupidización de la sociedad de masas, es el resultado de un proceso inducido por intereses materializados en planes y programas educativos orientados finalmente hacia el consumo. Educación que operan al servicio del poder corporativo mundial y a favor de la guerra corporativa declarada contra la diversidad, la creatividad, la verdad, la imaginación y contra el pensamiento crítico. Guerra llevada a cabo por los medios de comunicación con sus diarios y persistentes bombardeos de frivolidades, de exaltación de la moda como eje de conducta, de espectáculo nefasto, de propaganda, de entretenimiento disfrazado de noticia, y cuya victoria final es la colonización mercantil y política de las conciencias. Colonización que garantiza súbditos dóciles de lo que Gilles Lipovetsky llama en su libro "El imperio de lo efímero", en el que la regla de oro es la superficialidad y donde la vida deja de ser un viaje para convertirla en vertiginosa carrera hacia el vacío.

Una de las más grandes mentiras del negocio de los medios de comunicación es aquella que sostiene que "a la gente se le da sólo lo que pide". Ocurre en realidad que las audiencias, muy particularmente las de la televisión, sin excluir a las otras, han sido larga, progresiva y convenientemente condicionadas a consumir sin objetar los contenidos nada inocentes del paisaje luminoso de imágenes y sonidos que aparece todos los días en sus pantallas. Digo nada inocentes porque los contenidos de dicho paisaje son portadores, acarreadores y reproductores de la ideología que domina al mundo, esa que cambia la famosa frase del filósofo francés René Descartes: "Pienso luego existo", por "consumo luego existo". Ideología que se regocija de que millones de personas en el planeta hayan convertido sus vidas en una experiencia virtual, pasando mucho más tiempo frente a cualquier tipo de pantalla que interactuando con otros seres humanos, sin importarle en lo más mínimo estudios como el publicado por la American Medical Association que advierte sobre factores de alto riesgo para adolescentes, tales como el desarrollo de enfermedades cardiovasculares o diabetes tipo 2, entre otros, por exponerse diariamente a algún tipo de pantalla.

Grave si tomamos en cuenta que millones de niños en el mundo pasan más tiempo viendo televisión o algún tipo de pantalla que en la escuela. En promedio, un niño de 7 años de edad en países europeos, según reporta el doctor Aric Sigman de la British Psychological Society, habrá visto ya algún tipo de pantalla por más de un año entero, mientras que a los 18 años de edad, un joven europeo habrá pasado cuatro años completos, de 24 horas cada día, frente a alguna pantalla.

Estamos por lo tanto no sólo ante un problema meramente cultural de exposición a contenidos basura con evidente carga ideológica, sino ante el tiempo de exposición a algún tipo de pantalla convertido en delicado asunto médico; una vez demostrados, afirma el doctor Sigman, los significativos y medibles cambios biológicos en los cuerpos y en los cerebros de las personas afectadas. Volviendo a aquellos que hacen gala de ignorancia sincera o de estupidez concienzuda, muchos de los cuales ocupan cargos de influencia en importantes medios de comunicación y quienes afirman que la basura mediática que le dan a sus audiencias es para "darle a la gente lo que quiere", les comparto una entre muchas experiencias personales en los medios que me llena de satisfacción.

Era enero de 2005 cuando vi una nota en Los Ángeles Times sobre el gran cantante de ópera mexicano Rolando Villazón: The voice to watch, anunciando la prestación de Villazón en Los Ángeles junto a la hermosa y gran cantante rusa Anna Netrebko en la puesta en escena de la ópera Romeo y Julieta. Corrí a la oficina de mi director de noticias para platicarle sobre quién era Rolando, cómo se convirtió en cantante y por qué el LA Times le dedicaba un importante espacio. Mi director pareció estar "a punto de un ataque de nervios" al tiempo que me decía: "¿Qué? ¿Opera durante Sweeps? (Sweeps es cuando se hace la medición de audiencia para efectos publicitarios)

Para no hacer el cuento largo, mi director accedió con incredulidad a que hiciera el reportaje y a que este pasara al aire justo durante los famosos y sacrosantos Sweeps. Resultó que la medición de la audiencia no sólo no desplomó, sino que los ratings del programa subieron, la gente me contactaba para mayor información y cuando salía de haber presenciado Romeo y Julieta, la noche de la presentación, tres diferentes familias latinas me abordaron diciendo que "nunca habían estado en una opera y me agradecían mucho por haberles motivado a asistir".

Mucho influyó la manera de armar el reportaje en el que Rolando le canta a Anna un fragmento de la famosa canción de Consuelito Veázquez, Bésame Mucho y donde ambos artistas se mostraron carismáticos y muy humanos.

Mentira que la telebasura nuestra de cada día sea lo que la gente quiere ver. Se trata más bien de la manipulación consciente de los hábitos organizados de las masas y de la fabricación de la llamada "opinión pública" como efectivo método de control social: "Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país", escribió Edward Berneys, considerado en Estados Unidos el padre de las relaciones públicas. Y agrega en su libro titulado Propaganda: "Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas, son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar".

dissabte, 17 de gener del 2015

¡DEJEMOS DE PEDIR TOLERANCIA Y EXIJAMOS IGUALDAD DE DERECHOS!

Excelente artículo de Javier de Lucas publicado en la web Al revés y al derecho.

Los abominables crímenes terroristas cometidos en Paris han provocado una reacción ciudadana contundente y han permitido escenificar –como casi siempre- una supuesta unidad de las fuerzas políticas, incluso más allá del marco europeo. Tiempo habrá para valorar cuánto haya de representación escénica y cuanto de voluntad real a la hora de formular medidas que puedan ser aceptadas por la mayoría de los ciudadanos y, además, que respeten las exigencias básicas de la legitimidad democrática. Recordemos que no hay seguridad si no es ante todo seguridad en los derechos. Una seguridad que recorta la libertad no es tal: es la victoria precisamente de aquellos a quienes se trata de combatir, porque significaría reconocer que nuestra prioridad no es garantizar los derechos y libertades.


Pero quisiera dedicar estas líneas para llamar la atención sobre lo que considero un error fatal: esa apelación a la tolerancia que, como mantra o monserga habitual, como tópico del catecismo de lo políticamente correcto, se reitera y predica enfáticamente en muchas de esas manifestaciones y declaraciones. Quiero tratar de volver a proponer a los lectores una tesis que me parece capital para la cultura de los derechos: la necesidad de dejar de hablar de tolerancia para tomar en serio la igualdad o, como propone Balibar, la egalibertad.


Es muy sencillo: hoy, en Estados que tienen Constituciones que reconocen y garantizan la igualdad en los derechos, en una Unión Europea presidida por la misma idea y que tiene como lema “unidos en la diversidad”, la solución no es, no puede ni debe ser la tolerancia, entendida como valor que presida el espacio público. Basta de esa retórica vacía. A mi juicio, a quienes predican la tolerancia en 2015 y en los Estados de la Unión Europea, hay que responderles recordando a Goethe: tolerar no es otra cosa que ofender. Es un resabio paternalista, condescendiente, incompatible con el reconocimiento de la igualdad en derechos y libertades. Lo diré una vez más: ahí donde están reconocidos los derechos, la tolerancia debe desaparecer.


No se tolera lo que es un derecho. Se tolera un mal menor, precisamente en aras de evitar otro mayor, peor. Insisto, hablo de tolerancia en el espacio público: no de la necesidad de la tolerancia de las manías de cada uno en una pareja, entre amigos o compañeros. No, me refiero a un principio sobre el que construir la convivencia, la conjugación de libertades y derechos. Si yo considero que las relaciones homosexuales libremente consentidas no son un derecho como las heterosexuales del mismo orden, sino algo que debo tolerar, ofendo a todos los homosexuales. Si afirmo que hay que ser tolerante con las prácticas religiosas de judíos o musulmanes o evangelistas, o con los católicos o con quienes escriben en defensa del ateísmo, estoy ofendiendo a todos ellos. No: ahí donde hay libertad reconocida como derecho (la libertad de opción sexual, la libertad de conciencia, la de expresión, la libertad religiosa), no cabe tolerancia. Lo que debe reconocerse es igualdad en el ejercicio de cualquiera de las expresiones de esa libertad, de ese derecho. En el contexto de nuestras Constituciones, hablar de tolerar es reconocer que no queremos tratar en condiciones de igualdad a los tolerados.


Es importante entender que la tolerancia es un concepto histórico que, como tal, ha desempeñado una función muy positiva: permitir que conductas que no son aceptadas por la mayoría, pero respecto a las cuales hay argumentos para evitar castigarlas como delito, puedan llegar a ser reconocidas como derechos. Pero una vez que se ha alcanzado la “estación término de los derechos” para esas conductas, el tren de la tolerancia no debe regresar a su punto de partida. Nos ha costado siglos que conductas inicialmente toleradas (la libertad de conciencia o la libertad de opción sexual, o de identidad sexual) sean reconocidas como derechos. Afirmar ahora, por ejemplo, que hay que ser tolerante con “los homosexuales” o con “los inmigrantes”, además de una generalización sin sentido, supone retroceder siglos.


Bien está reclamar como mal menor la tolerancia en aquellos países en los que, por ejemplo, aún hoy se castiga las conductas homosexuales como un crimen incluso gravísimo, se reclame tolerancia. Pero el objetivo final no es, no debe ser ese: la tolerancia es un tránsito hacia el verdadero status. El objetivo no es que me toleren, sino que pueda disfrutar en condiciones de igualdad de lo que es un derecho, respecto al cual ni los poderes públicos ni los privados pueden interferir, salvo que haya un daño a tercero en un bien jurídico (en un derecho) de jerarquía mayor. Algo que deberá determinarse caso por caso y que debe ser decidido por los tribunales de justicia, con todas las garantías, como debe ser cuando hablamos de derechos.


Y si insisto en la necesidad de dejar de hablar de una vez por todas de tolerancia es porque la diferencia, y una diferencia importantísima, es ésta: frente a quien tolera, el tolerado no puede exigir que le toleren, sólo puede apelar a la magnanimidad o buena voluntad del tolerante, de quien tiene en su mano dejarle existir. El tolerado está a su merced. En cambio, si tenemos un derecho, podemos y debemos exigir que nadie interfiera en él, porque su existencia es independiente de la voluntad del otro de respetarlo, sea ese otro un representante del poder o un particular.

Basta ya de reclamar que sean buenos con nosotros, que nos aguanten, que nos toleren. Basta ya de pedir limosnas o privilegios. Frente a esos paternalistas que aún creen que tienen potestad sobre nosotros y nuestras libertades, basta de moralinas, basta de implorar generosidad, de pedir condescendencia. Exijamos que respeten nuestros derechos en condiciones de igualdad. Y que caiga el peso de la ley sobre quien no esté dispuesto a respetarlos, a reconocerlos, a garantizarlos.

divendres, 9 de gener del 2015

El fin de la televisión de masas: hacia una sociedad controlada

Artículo de Ignacio Ramonet publicado en Le Monde Diplomatique

La televisión sigue cambiando rápidamente. Esencialmente por las nuevas prácticas de acceso a los contenidos audiovisuales que observamos sobre todo entre las jóvenes generaciones. Todos los estudios realizados sobre las nuevas prácticas de uso de la televisión en Estados Unidos y en Europa indican un cambio acelerado. Los jóvenes televidentes pasan del consumo “lineal” de TV hacia un consumo en “diferido” y “a la carta” en una “segunda pantalla” (ordenador, tablet, smartphone). De receptores pasivos, los ciudadanos están pasando a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, “productores-difusores”, o productores-consumidores (prosumers).

En los primeros años de la televisión, el comportamiento tradicional del telespectador era mirar los programas directamente en la pantalla de su televisor de salón, manteniéndose a menudo fiel a una misma (y casi única) cadena. Con el tiempo todo eso cambió. Y llegó la era digital. En la televisión analógica ya no cabían más cadenas y no existía posibilidad física para añadir nuevos canales, porque un bloque de frecuencia de seis megahercios equivale a una sola señal, un solo canal. Pero con la digitalización, el espectro radioeléctrico se fracciona y se optimiza. Por cada frecuencia de 6 MHz, en vez de una sola cadena, se pueden ahora transmitir hasta seis u ocho señales, y se multiplica de ese modo la cantidad de canales. Donde antes, en una zona había siete, ocho o diez canales, ahora hay cincuenta, sesenta, setenta o centenares de canales digitales...

Esa explosión del número de cadenas disponibles, particularmente por cable y satélite, dejó obsoleta la fidelidad del telespectador a un canal de preferencia y suprimió la linealidad. Como en el restaurante, se abandonó la fórmula del menú único para consumir platos a la carta, simplemente zapeando con el mando a distancia entre la nueva multitud de canales.

La invención de la Web –hace 25 años– favoreció el desarrollo de Internet y el surgimiento de lo que llamamos la “sociedad conectada” mediante toda clase de links y enlaces, desde el correo electrónico hasta las diferentes redes sociales (Facebook, Twitter, etc.) y mensajerías de texto y de imagen (WhatsApp, Instagram, etc.). La multiplicación de las nuevas pantallas, ahora nómadas (ordenadores portátiles, tablets, smartphones), ha cambiado totalmente las reglas del juego.

La televisión está dejando de ser progresivamente una herramienta de masas para convertirse en un medio de comunicación consumido individualmente, a través de diversas plataformas, de forma diferida y personalizada.

Esta forma diferida se alimenta en particular en los sitios de replay de los propios canales de televisión, que permiten, vía Internet, un acceso no lineal a los programas. Estamos presenciando el surgimiento de un público que conoce los programas y las emisiones pero no conoce forzosamente la parrilla, ni siquiera el canal de difusión al que pertenecen esos programas originalmente.

A esta oferta, ya muy abundante, se le suman ahora los canales online de la Galaxia Internet. Por ejemplo, las decenas de cadenas que YouTube difunde, o los sitios de vídeo alquilados a la carta. Hasta el punto de que ya no sabemos siquiera lo que la palabra televisión significa. Reed Hastings, director de Netflix, el gigante estadounidense del vídeo en línea (con más de 50 millones de suscriptores), declaró recientemente que "la televisión lineal habrá desaparecido en veinte años porque todos los programas estarán disponibles en Internet". Es posible, pero no es seguro.

También están desapareciendo los propios televisores. En los aviones de la compañía aérea American Airlines, por ejemplo, los pasajeros de clase ejecutiva ya no disponen de pantallas de televisión, ni individuales, ni colectivas. Ahora, a cada viajero se le entrega una tablet para que él mismo se haga su propio programa y se instale con el dispositivo como mejor le convenga (acostado, por ejemplo). En Norvegian Air Shuttle van más lejos, no hay pantallas de televisión en el avión, ni tampoco entregan tablets, pero el avión posee wi-fi y la empresa parte del principio de que cada viajero lleva una pantalla (un ordenador portátil, o tablet, o smartphone) y que basta pues con que se conecte, en vuelo, al sitio web de la Norvegian para ver películas, o series, o emisiones de televisión, o leer los periódicos (que ya no se reparten...).

Jeffrey Cole, un profesor estadounidense de la Universidad UCLA, experto en medios en Internet y redes sociales, confirma que la televisión se verá cada vez más por la Red. Nos dice: “En la sociedad conectada la television sobrevivirá, pero disminuirá su protagonismo social; mientras que las industrias cinematográfica y musical podrían desvanecerse”.

Sin embargo Jeffrey Cole es mucho más optimista que el patrón de Netflix, ya que afirma que, en los próximos años, el promedio de tiempo consagrado a la televisión pasará de entre 16 a 48 horas a la semana actualmente, hasta 60 horas, dado que la televisión, dice Cole,  “va saliendo de la casa” y se podrá ver “en todo momento”, gracias a cualquier dispositivo-con-pantalla, con sólo conectarse a Internet o mediante la nueva telefonía 5G.

También hay que contar con la competencia de las redes sociales. Según el último informe de Facebook, casi el 30% de los adultos de EE UU se informa a través de Facebook y el 20% del tráfico de las noticias proviene de esa red social. Mark Zuckerberg afirmó hace unos días, que el futuro de Facebook será en vídeo: “Hace cinco años, la mayor parte del contenido de Facebook era texto, ahora evoluciona hacia el vídeo porque cada vez es más sencillo grabar y compartir”.

Por su parte, tambien Twitter está cambiando de estrategia: y está pasando del texto al vídeo. En un reciente encuentro con los analistas bursátiles de Wall Street, Dick Costolo, el consejero delegado de Twitter, reveló los planes del futuro próximo de esa red social: “2015 –dijo– será el año del vídeo en Twitter”. Para los usuarios más antiguos, eso tiene sabor a traición. Pero según Costolo, el texto, su esencia, los célebres 140 caracteres iniciales, está perdiendo relevancia. Y Twitter quiere ser el ganador en la batalla del vídeo en los teléfonos móviles.

Según los planes de la dirección de Twitter, se pueden subir vídeos desde el móvil a la red social a partir de ahora, a comienzos de 2015. Se pasará de los escasos seis segundos actuales (que permite la aplicación Vine), a añadir un vídeo, tan largo como sea, directamente en el mensaje.

Google también quiere ahora difundir contenidos visuales destinados a su gigantesca clientela de más de mil trescientos millones de usuarios que consumen unos seis mil millones de horas de vídeo cada mes... Por eso Google compró YouTube. Con más de 130 millones de visitantes únicos al mes, en Estados Unidos, YouTube tiene una audiencia superior a la de Yahoo! En Estados Unidos, los 25 principales canales online de YouTube tienen más de un millon de visitantes únicos a la semana. YouTube ya capta más jóvenes de entre 18 y 34 años que cualquier otro canal estadounidense de televisión por cable.

La apuesta de Google es que el vídeo en Internet va a terminar poco a poco con la televisión. John Farrell, director de YouTube en América del Sur, prevé que el 75% de los contenidos audiovisuales serán consumidos vía Internet en 2020.

En Canadá, por ejemplo, el vídeo en Internet ya está a punto de sustituir a la televisión como medio de consumo masivo. Según un estudio de la empresa de sondeos Ipsos Reid and M Consulting “el 80% de los canadienses reconocen que cada vez ven más vídeos en línea en la Red”, lo que significa que, con semejante masa crítica (¡80%!), se acerca el momento en que los canadienses verán más vídeos y programas en línea que en la televisión.

Todos estos cambios se perciben claramente no sólo en los países ricos y desarrollados. También se ven en América Latina. Por ejemplo, los resultados de un estudio, realizado por la investigadora mexicana Ana Cristina Covarrubias (directora de la empresa Pulso Mercadológico) confirman que la Red y el ciberespacio están cambiando aceleradamente los modelos de uso de los medios de comunicación, y en particular de la televisión, en México. La encuesta se refiere exclusivamente a los habitantes del Distrito Federal de México y concierne a dos grupos precisos de población: 1) jóvenes de 15 a 19 años; 2) la generación anterior, padres de familia de entre 35 y 55 años de edad con hijos de 15 a 19 años. Los resultados revelan las siguientes tendencias: 1) tanto en el grupo de los jóvenes como en la generación anterior, las nuevas tecnologías han penetrado ya en elevada proporción: el 77% posee teléfono móvil, el 74% ordenador, el 21% tablet, y el 80% tiene acceso a Internet. 2) El uso de la televisión abierta y gratuita está bajando y se sitúa apenas en el 69%, mientras que el de la televisión de pago está subiendo y ya alcanza casi el 50%. 3) Por otra parte, aproximadamente la mitad de los que ven la televisión (29%), usan el televisor como pantalla para ver películas que no son de la programación televisiva, ven DVD/Blu-ray o Internet/Netflix. 4) El tiempo de uso diario del teléfono móvil es el más alto de todos los aparatos digitales de comunicación. El móvil registra 3 horas 45 minutos. El ordenador tiene un tiempo de uso diario de dos horas y 16 minutos, la tablet de una hora y 25 minutos; y la televisión de apenas dos horas y 17 minutos. 5) El tiempo de visita a redes sociales, es de 138 minutos diarios para Facebook, 137 para WhatsApp; en cambio para la televisión es de sólo 133 minutos. Si se suman todos los tiempos de visitas a las redes sociales, el tiempo de exposición diaria a las redes es de 480 minutos, equivalentes a 8 horas diarias, mientras el de la televisión es de sólo 133 minutos, equivalentes a 2 horas y 13 minutos. La tendencia indica claramente que el tiempo dedicado a la televisión ha sido rebasado, ampliamente, por el tiempo dedicado a las redes sociales.

La era digital y la sociedad conectada son ya pues realidades para varios grupos sociales en la Ciudad de México. Y una de sus principales consecuencias es el declive de la atracción por la televisión, especialmente la que emite en abierto, como resultado del acceso a los nuevos formatos de comunicación y a los contenidos que ofrecen los medios digitales. El gran monopolio del entretenimiento que era la televisión en abierto está dejando de serlo para ceder espacio a los medios digitales. Cuando antes un cantante popular, por ejemplo, en una emisión estelar de sábado por la noche, podía ser visto por varios millones de telespectadores (unos 20 millones en España), ahora ese mismo cantante tiene que pasar por 20 canales diferentes para ser visto a lo sumo por 1 millón de televidentes.

De ahora en adelante, el televisor estará cada vez más conectado a Internet (es ya el caso en Francia para el 47% de los jóvenes de entre 15 y 24 años). El televisor se reduce a una mera pantalla grande de confort, simple extensión de la Web que busca los programas en el ciberespacio y en Cloud (“Nube”). Los únicos momentos masivos de audiencia en vivo, de “sincronización social” que siguen reuniendo a millones de telespectadores, serán entonces los noticiarios en caso de actualidad nacional o internacional espectacular (elecciones, catástrofes, atentados, etc.), los grandes eventos deportivos o las finales de juegos de emisiones de tipo reality show.

Todo esto no es únicamente un cambio tecnológico. No es sólo una técnica, la digital, que sustituye a otra, la analógica, o Internet que sustituye a la televisión. Esto tiene implicaciones de muchos órdenes. Algunas positivas: las redes sociales, por ejemplo, favorecen el intercambio rápido de información, ayudan a la organización de los movimientos sociales, permiten la verificación de la información, como es el caso de WikiLeaks... No cabe duda de que los aspectos positivos son numerosos e importantes.

Pero también hay que considerar que el hecho de que Internet esté tomando el poder en las comunicaciones de masas significa que las grandes empresas de la Galaxia Internet –o sea, Google, Facebook, YouTube, Twitter, Yahoo!, Apple, Amazon, etc.– todas ellas estadounidenses (lo cual en sí mismo ya constituye un problema...) están dominando la información planetaria. Marshall McLuhan decía que “el medio es el mensaje”, y la cuestión que se plantea ahora es: ¿cuál es el medio? Cuando veo un programa de televisión en la web, ¿cuál es el medio? ¿la televisión o Internet? Y en función de eso, ¿cuál es el mensaje?

Sobre todo, como reveló Edward Snowden y como afirma Julian Assange en su nuevo libro Cuando Google encontró a WikiLeaks (1), todas esas mega-empresas acumulan información sobre cada uno de nosotros cada vez que utilizamos la Red. Información que comercializan vendiéndola a otras empresas. O también cediéndola a las agencias de inteligencia de Estados Unidos, en particular a la Agencia Nacional de Seguridad, la temible NSA. No nos olvidemos de que una sociedad conectada es una sociedad espiada, y una sociedad espiada es una sociedad controlada.