LES ALTERNATIVES DE GESTHA

Moltes d'aquestes propostes podrien aplicar-se en el termini d'un any.

CUANDO QUEDAS ATRAPADX EN LA DESTRUCCIÓN, DEBES ABRIR UNA PUERTA A LA CREACIÓN. Anaïs Nine

Es de las crisis que nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Albert Einstein

INTERFERÈNCIES

Los diputados del pueblo no son sus representantes, sólo son sus comisarios. Las leyes que el pueblo mismo no ratifica no tienen validez, son leyes nulas. Jean-Jacques Rousseau

HOME: EL NOSTRE PLANETA

Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos? Gran Jefe Seattle

EL ACONTECIMIENTO #15M

No me fio de la incomunicabilidad, es la fuente de toda violencia. Jean-Paul Sartre

diumenge, 30 d’octubre del 2016

¿Qué es la cultura?

El término cultura, tal como lo entendemos en la actualidad, surgió a finales del siglo XVIII en Alemania, pero fue en la época de Bismark donde adquirió la dimensión política con la que ha llegado hasta nuestros días. Entre 1862 y 1870, el canciller lleva a cabo el proceso de unificación de los antiguos estados alemanes y pone en marcha la Kulturkampf (lucha por la cultura) con la que dota de contenido ideológico a sus objetivos imperialistas. 

Tal como explica el filósofo Gustavo Bueno en  "El reino de la Cultura y el reino de la Gracia", tradicionalmente, la idea de cultura era un concepto sincategoremático, necesitaba de otros términos para adquirir significado, no tenía sentido por sí solo, como es el caso, entre otros, del sustantivo agri-cultura; el término hacía referencia a la adquisición de hábitos, buenos o malos, aprendidos por personas primitivas, salvajes e incluso animales, considerada, dicha adquisición,  en términos  individuales y nunca como heredados, sino aprendidos. Es a partir de su concepción moderna que el sujeto de la cultura deja de ser el individuo y pasa a ser el Pueblo.  Ahora, la cultura elevará al ser humano por encima de su condición animal y natural y, con el tiempo, “a la cultura de cada pueblo se le conferirá, casi siempre, el valor de ser la substancia espiritual misma de ese pueblo, el fundamento de su identidad irreductible y su razón de ser”. La cultura, en términos políticos y sociales, lo justificará todo. 

La politóloga iraní Nazanín Armanian, en el seminario impartido en la Librería Pròleg de Barcelona el pasado 12 de octubre, señalaba el gran error que había supuesto para los países de Oriente la exportación que ha hecho Occidente de su idea “una cultura (una nación)=un estado”, debido a la gran variedad de culturas que se sienten parte del Estado en el cual conviven y, a su vez, el hecho de ser insuficiente para articular un estado, o identificarse como parte de una nación, compartir un substrato cultural común, especialmente cuando los individuos que forman parte de él se hayan dispersos  por diferentes países, como es el caso del llamado Pueblo Kurdo que, según la especialista en Relaciones Internacionales, dista mucho de formar una unidad nacional.      

Así mismo, la teórica política Hannah Arendt afirmaba que los países europeos no comprendían el hecho de que Estados Unidos fuera un Estado y no una Nación, ya que no se había configurado como tal basándose en una unidad étnica y cultural, como sí ocurre en el caso de las naciones-estado. Así, cualquier persona que jurara su Constitución era considerada ciudadana americana, aunque su “cultura” (sea lo que sea lo que entendemos por cultura) fuera completamente distinta -e incluso pudiera entrar en conflicto con otras- a la de las demás personas igualmente consideradas ciudadanas americanas. Otra cuestión es en lo que, finalmente, este Estado se ha convertido; ya sabemos que los caminos, objetivos y necesidades que llevan a la formación de un Estado son inescrutables. 

Volviendo al filósofo anteriormente mencionado, y de acuerdo con él, la idea de cultura no aparece en los ideales de la Revolución Francesa, que siguen presentes en nuestros días. Según Gustavo B., la idea de Libertad se sigue manteniendo en un primer puesto aunque, tampoco, nadie sepa my bien qué es; la Fraternidad se ha transformado en Solidaridad y la Igualdad ha ido perdiendo puestos desplazada por la Cultura que, en su ascenso, es posible que acabe asimilando el concepto Libertad y usurpando su lugar. 

Como veremos en el vídeo que reproducimos a continuación en el que se recoge una conferencia del sociólogo Manuel Delgado sobre la Cultura, una cosa queda clara: nadie sabe definir qué es la Cultura, pero su prestigio, su valor, continua en alza y, aunque en ocasiones nos podamos referir a ella de manera peyorativa (cultura del pelotazo, cultura de las tarjetas black, etc.) en general hace referencia a algo digno que hay que conservar a toda costa (y a todo coste, no sólo económico), pero imposible de definir y, por tanto, ¿de comprender?. 


Actualmente, la actividad cultural parece haber dejado de relacionarse con los objetos y de ser un fenómeno del mundo, tal como definía la cultura Hannah Arendt. Más bien, es utilizada por el Estado -que previamente se ha apropiado de ella- como instrumento de uniformación de la ciudadanía, a la cual le dice, a través de sus órganos de administración, qué manifestaciones son consideradas Cultura -aunque no sepa muy bien qué es esto de la cultura- las regula, promueve y financia y, finalmente, las ofrece como un objeto elaborado listo para ser consumido, previo pago, durante el tiempo de “ocio”.

Artículo escrito por la administradora del blog


Fuente fotografia: http://www.ofrases.com/frase/8120

diumenge, 2 d’octubre del 2016

El "contrato de integración" transmite a la opinión pública que inmigrantes y solicitantes de refugio son riesgos relevantes

Artículo de Javier de Lucas, catedrático de filosofía del derecho y filosofía política, publicado en el blog alrevesyalderecho.


Foto de Catherine Salsbury. 
Estación de Francia. Barcelona.
Muchos de nosotros estamos conmocionados aún (aunque no sorprendidos, desgraciadamente) por la vuelta de tuerca que ha supuesto el Consejo Europeo celebrado el 16 de septiembre en Bratislava, que ha colocado inequívocamente las políticas migratorias y de asilo de la UE bajo el paraguas de las políticas de seguridad y defensa. Una vez más, se envía a la opinión pública europea el mensaje de que inmigrantes y solicitantes de refugio son riesgos relevantes, si no incluso amenazas, para la seguridad de las fronteras y también amenazas internas, como posibles ejércitos de reserva del terrorismo.
Tampoco sorprende –por más que lo deploremos– la inanidad de la cumbre mundial sobre inmigrantes y refugiados celebrada en Nueva York los pasados 19 y 20 de septiembre. Como se puede constatar en el informe previo del Secretario General para esa cumbre y en los informes preparatorios, todo posible acuerdo vinculante dotado de medidas concretas se posponía de entrada hasta 2018 y, por tanto, la Declaración de la cumbre no podía ser poco más que retórica buenista al uso.
Pero aún nos faltaba otro cuarto a espadas en lo que concierne a nuestra respuesta ante los refugiados. Una exigencia que demuestra que se les puede aplicar aquello de que “al que no tiene, incluso eso que tiene se le quitará” (Marcos, 4:25). En lugar de preguntarnos qué debemos ofrecerles, nos afanamos en exigirles un esfuerzo más. A mi juicio, ese es el significado del “contrato de integración”, anticipado por el rey Felipe VIen su discurso el 19 de septiembre en la Cumbre de alto nivel celebrada en la ONU (un discurso obviamente escrito por el Gobierno Rajoy) y formalizado por el rey Guillermo de Holanda, el pasado 21 de septiembre, en el denominado Discurso de la Corona, pronunciado como es tradicional en La Haya, con ocasión de la apertura del año parlamentario.
En ese discurso se subraya que “la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley y la no discriminación por razones de raza, creencia o bien orientación sexual, son valores que debe respetar y acatar cualquiera que quiera vivir en nuestro país”. Y se menciona expresamente “la preocupación social ante las diferencias culturales”, así como la incertidumbre que produce el hecho de que la llegada de los refugiados signifique exigir de los servicios públicos del Estado holandés un esfuerzo que literalmente se reconoce que podría ser “excesivo”.
Por todo ello, se anuncia que, a partir de 2017, el Gobierno impondrá a los recién llegados la firma de una “declaración de participación”, al modo de esa especie de contrato entre el migrante y el Estado, que se extendería a los solicitantes de refugio obligándoles a “respetar las normas y valores de la sociedad holandesa, en especial los principios democráticos de la separación entre Iglesia y Estado, y las libertades de credo y expresión”, pero también la igualdad entre hombres y mujeres.
Se trata en realidad de proponer para los refugiados lo mismo que impuso a los inmigrantes el ministro Sarkozy, recogido con entusiasmo por el Gobierno Rajoy (y, por ejemplo, por el Gobierno valenciano del Sr Camps) y hoy jaleado por la prensa que se muestra preocupada por los problemas de incompatibilidad cultural de los recién llegados (antes inmigrantes, ahora, insisto, refugiados). Una pretensión que no puede ocultar su parentesco con los propósitos del movimiento xenófobo alemán PEGIDA (Patriotas europeos contra la islamización de Europa) que alimenta al ultraderechista Partido AfD (Alternativa para Alemania) y a otros grupos y partidos similares en toda Europa: de Francia al Reino Unido, pasando por Austria, Dinamarca, Grecia o Finlandia.
Aún así, hay a quien le parece poco. El islamófobo dirigente de extrema derecha Geert Wilders calificó el discurso de “cuento de hadas” y reiteró su visión apocalíptica según la cual Holanda está siendo “destruida”, aduciendo de nuevo los recortes en sanidad, la subida de impuestos y las presiones derivadas de la llegada de los refugiados.
Pues bien, lo dijimos entonces y lo repetiremos ahora. Esa pretendida novedad del “contrato de integración” es una falacia. Una de dos: o bien supone compromiso de respeto a la legalidad y en ese caso es superfluo, por pura tautología, pues se debería presumir que todo el que es aceptado como residente acepta cumplir con sus deberes legales (de acción y de omisión, que empiezan básicamente por no causar daño en bienes jurídicamente relevantes de otras personas); o bien ese contrato añade requisitos más allá de lo exigible o de lo prohibido, y en ese otro supuesto es ilegítimo, por incompatible con la presunción general de libertad en la que se basa el Estado de Derecho. Recordemos lo elemental: allí donde no hay daño, donde no hay prohibición, debe imperar el respeto a la libertad, en aras del pluralismo.
Pero, además, es que todo esto es particularmente perverso en el caso de los refugiados. Que a quienes sufren ya enormes dificultades para poder siquiera llegar a plantear su petición de asilo, se les imponga, además, la asimilación cultural COMO CONDICION DEL RECONOCIMIENTO DE LOS DERECHOS QUE TIENEN POR SER REFUGIADOS, es un acto de cinismo y supone una manifiesta contravención del marco legal del Convenio de Ginebra de 1951.
¿Tanto cuesta entender que son ellos nuestros acreedores, que los refugiados pueden y deben exigir que cumplamos con nuestros deberes, y no al revés? Más temprano que tarde, esta ceguera se volverá contra nosotros.