Considerar que las prostitutas son personas cuyo destino es ser víctimas de la violencia masculina es lo que el machismo ha venido defendiendo desde siempre para mantenerlas en su estatus de opresión.
Artículo escrito por Beatriz Gimeno publicado en EL DIARIO.ES
Hace unas semanas dos prostitutas fueron asesinadas
en Bilbao. Nadie dudaría que estas dos mujeres han sido víctimas de un
asesinato machista y, sin embargo, no se las contabilizará como víctimas
de violencia de género, no se las considerará como tales y por tanto al
asesino tampoco se le considerará autor de un delito castigado con una
pena agravada. A partir de la aprobación de la ley integral contra la
violencia de género se ha producido la perversión de considerar que sólo
es violencia de género la que se produce en el ámbito familiar, y no
toda. La realidad es que, según los datos de www.feminicidio.net, única
organización que contabiliza como feminicidio los asesinatos de
prostitutas, entre 2010 y 2012 fueron asesinadas 19 mujeres que se
dedicaban a la prostitución, aunque podrían ser más dada la
invisibilización que sufren estas personas.
Una
prostituta es una mujer socialmente invisible. Su muerte no va a ser
objeto de la atención de los medios de comunicación a no ser que se
pueda explotar el amarillismo y el morbo. Es posible que su desaparición
pase inadvertida por un tiempo (o siempre) por que nadie la denuncie
(como ha ocurrido en este caso con Jenni). Si su desaparición se
denuncia, es entonces posible que la policía no sienta la misma presión
para encontrar al asesino; es también posible que los jueces no sientan
la misma presión para imponer una pena ejemplar. Lo más probable es que
nadie proteste públicamente por su asesinato, que ningún político salga a
concentrarse o a guardar un minuto de silencio por esas víctimas; en
todo caso las instituciones guardarán silencio.
Si el
caso del asesino de Bilbao ha suscitado una importante atención
mediática se ha debido a su proyección pública, a que ha sido convertido
en un personaje por los medios y por él mismo, así como a la
posibilidad de que se tratara de un asesino en serie. Los medios han
explotado esa faceta del personaje, pero en pocas informaciones hemos
podido leer que se trataba de un asesino machista. Es decir, las
víctimas han sido asesinadas porque eran mujeres dentro de un
determinado sistema de dominación (y, además, en este caso eran
inmigrantes. Recordemos en este sentido que antes de matar a Ada y a
Jenni el asesino tuvo relación con prostitutas españolas a las que no
mató. Es decir, el asesino era consciente de que las prostitutas
inmigrantes eran víctimas más desasistidas).
Los
asesinatos machistas contra prostitutas suelen producirse con un
ensañamiento y una crueldad extraordinaria porque este tipo de violencia
es el epítome del machismo, porque los asesinos vuelcan en estos
crímenes toda su fantasía de dominio y porque, además, las víctimas son
mujeres especialmente vulnerables debido a su previa estigmatización
social. Es frecuente que sean torturadas, descuartizadas, quemadas… y
aun así estos crímenes suelen dar lugar a condenas relativamente
livianas para los culpables (12 años de media) al no aplicarse ningún
tipo de pena agravada sino, por el contrario, aplicar a veces atenuantes
ilegítimos que tienden a quitar importancia a este tipo de violencia.
El hecho de que las prostitutas no sean consideradas víctimas de la
violencia de género tiene consecuencias importantes además de las obvias
de la invisibilización. Impide que puedan acceder a la protección que
se brinda a estas víctimas, impide que puedan utilizar los recursos
materiales que el Estado pone a su disposición, impide también que los
agresores sufran el agravamiento de las penas por sus crímenes. Si no
parece caber ninguna duda acerca de que se trata de violencia machista,
¿por qué no son consideradas como tal? Hay varias razones que
interactúan ellas de manera compleja. Una parte del feminismo considera
que la prostitución es siempre, y en todo caso y en todas las
circunstancias, violencia; toda la prostitución, todos sus aspectos, en
todo momento, y que por tanto no se puede parcelar esta violencia en más
o menos, en una más legítima o aceptable y otra menos. Para este sector
del feminismo cualquier acercamiento a la prostitución que no sea desde
la condena en bloque y sin matices es lo mismo que legitimarla. La
prostitución es esclavitud, y dentro de ésta no hay distintos niveles de
violencia.
Hay otro sector del abolicionismo que
opina que la prostitución es siempre una institución de desigualdad, que
su función no es otra que legitimar y reforzar esta desigualdad y que
es por tanto una institución siempre inaceptable. Este sector considera,
no obstante, que la prostitución no es necesariamente siempre más
violenta que otras instituciones patriarcales o capitalistas; y que en
todo caso hay diferentes niveles de violencia. Considerar que la
prostitución siempre es violencia puede llegar a impedir que se produzca
ningún tipo de protección efectiva contra la violencia extrema que en
muchas ocasiones sufren estas mujeres. Creo que esta posición puede
alejar del abolicionismo a personas que consideran que en nombre de un
fin legítimo, la abolición de la prostitución, se escatiman los medios
para hacer más vivibles las vidas de estas mujeres, para protegerlas,
para apoyarlas en lo posible, para reivindicar sus derechos, sus vidas y
su memoria, así como para castigar a sus maltratadores o asesinos. Hay
mucha violencia dentro de la prostitución, desde luego, pero si todo es violencia entonces nada lo es.
Considerar que las prostitutas son personas cuyo destino es ser
víctimas de la violencia masculina es lo que el machismo ha venido
defendiendo desde siempre para mantenerlas en su estatus de opresión. Si
cualquier acto de prostitución es una violación, ¿una prostituta no
puede ser violada? Si la prostitución es siempre violencia, ¿una
prostituta no pude denunciar maltrato y esperar recibir la misma
consideración, apoyo y ayuda por parte de las instituciones que recibe
cualquier otra mujer? ¿Es lo mismo un cliente que te pegue una paliza
que otro que no? ¿Se merecen ellas lo que les pase por ponerse en esa
situación? Recordemos que, tradicionalmente, una prostituta no podía
denunciar una violación o una paliza porque la policía, los jueces y la
sociedad consideraban que eso era parte de su “trabajo”. Aun ahora hay
sentencias judiciales que parecen seguir considerando que,
efectivamente, una prostituta no puede esperar otra cosa que recibir
violencia.
Otra de las razones para no incluir a las
prostitutas dentro de las medidas específicas contra la violencia de
género es que, efectivamente, considerar la violencia que hay en la
prostitución como violencia machista supondría para las instituciones
asumir la obligación de entablar un combate real y sin cuartel contra
las mafias y los proxenetas, contra toda la prostitución forzada. Un
combate real, y no el simulacro de combate que ahora se está llevando a
cabo. Lo cierto es que el Estado -y por supuesto la sociedad- convive
con normalidad con la existencia de prostitución forzada, con
situaciones de esclavitud y, por supuesto, con la existencia de grandes
dosis de violencia contra estas mujeres. Sigue habiendo un “nosotras” y
un “ellas” en cuanto a la violencia que toleramos o condenamos. No sólo
la prostitución forzada o en condiciones de extrema explotación está a
la vista de todo el mundo y casi normalizada, no sólo convivimos con
ella con toda naturalidad, sino que, en ocasiones, esta violencia es
ejercida por las propias instituciones, como por ejemplo la policía.
¿Cómo van las instituciones a condenar la violencia que sufren las
prostitutas si en muchas ocasiones es la misma policía la que la ejerce?
No son pocas las ciudades en las que la policía persigue o acosa a las
prostitutas para echarlas de la calle utilizando medios violentos como
persecuciones desde los coches patrullas, detenciones indiscriminadas e
injustificadas, uso de sprays, etc... El objetivo de estas acciones es
echar a las mujeres de la calle, no el de detener a los proxenetas ni
molestar a los clientes. Barcelona es un ejemplo de esta violencia
institucional contra las mujeres que ejercen la prostitución. El otro
problema es el origen de muchas de estas mujeres. La mayoría son
inmigrantes sin papeles y en este caso el objetivo del Estado es
expulsarlas, no protegerlas. ¿Cómo podríamos denunciar la violencia que
sufren las inmigrantes sin papeles en prostitución sin cuestionar la
violencia institucional que el estado ejerce contra la inmigración
ilegal?
Estoy convencida de que la lucha feminista
contra la institución de la prostitución pasa por conseguir un cambio
social, sexual, cultural, pero que tiene que pasar por la solidaridad
activa y el respeto absoluto hacia las mujeres que la ejercen, por
ofrecer la mayor protección posible a las que lo necesiten y lo
demanden, por considerarlas sujetos de derechos y dueñas de sus vidas.
La deshumanización de estas mujeres es parte del funcionamiento de la
institución prostitucional, es parte también de una determinada
construcción de la sexualidad, es parte del estigma social que sufren y
es parte de la violencia extrema que también sufren a veces. Romper la
dicotomía entre ellas y nosotras es una manera no sólo de luchar contra
el machismo, sino también de luchar contra la prostitución misma basada
en la dicotomía entre mujeres buenas y malas y en la cosificación de
estas últimas. Hacer efectiva la calificación de violencia de género
para la violencia que sufren las prostitutas es una herramienta
imprescindible en la lucha por la igualdad de todas.
Font fotografia: http://www.mujerhoy.com/Corazon/Famosos-VIP/Jamie-Foxx-conra-prostitucion-666393022012.html
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