diumenge, 23 de juny del 2013

LA INTENCIÓN DE RECORTAR LAS PENSIONES ESTÁ BASADA EN LA MANIPULACIÓN DE DATOS DEMOGRÁFICOS, NO EN EVIDENCIAS CIENTÍFICAS. LEE LO QUE TIENE QUE DECIR AL RESPECTO UN ESPECIALISTA EN LA MATERIA

El principal argumento para justificar el recorte de los derechos de jubilación en España es un argumento demográfico: la relación “de dependencia”, entre pensionistas y cotizantes. Como estamos inmersos en un sostenido proceso de envejecimiento demográfico, dicha relación empeora y de ahí se deduce que dentro de poco el sistema será inviable .

Este argumento empezó a utilizarse casi a la vez que se adquirió conciencia de que la modernización demográfica conllevaba pirámides con un peso creciente de las personas con más edad. Eso ocurrió a principios del siglo XX, así que acumulamos ya prácticamente un siglo de previsiones sobre el supuesto colapso del sistema. En este post ilustro hasta qué punto estas previsiones resultan desmentidas en España por la propia realidad.

(En la entrada Origen de la expresión “envejecimiento demográfico” puede comprobarse que hace más de ochenta años que estas alarmas se repiten en artículos publicados).

Las previsiones del colapso basadas en el factor demográfico fueron especialmente importantes en los años posteriores a la crisis del petróleo, y de nuevo durante la crisis de empleo de principios de los años noventa. En medio del ajuste radical, y con importantes presiones para la privatización de las pensiones, los “expertos” predijeron números rojos de la Seguridad Social de forma inminente. Sus errores fueron clamorosos, y en las fechas previstas, sólo una década después, el sistema no sólo no hacía aguas, sino que tenía los mayores superávits de toda su historia.

Nadie ha revisado los supuestos y los métodos de aquellas previsiones. Si se le pregunta a sus autores, lo más corriente es que argumenten que no se cumplieron porque impulsaron las reformas en los Pactos de Toledo y porque España pasó a tener una intensísima e imprevista inmigración que cambió la prevista relación demográfica entre las edades activas y las jubiladas. Por eso, ahora que estamos nuevamente ante una crisis económica y ante la necesidad de tomar medidas para superarla, las previsiones del colapso vuelven a la carga en la pluma de prácticamente los mismos expertos y con los  mismos argumentos, auténtico monumento a la perseverancia, inmune a todo desmentido por la realidad. Tarde o temprano ocurrirá lo previsto, aunque llevemos casi un siglo sin acertar el momento en que ocurrirá y sin analizar realmente las causas de esa falta de acierto. Las causas sempre se buscan en “coyunturas” convenientes pero pasajeras, y nunca en las propias características del cambio demográfico, económico y social.

Pero los Pactos de Toledo (1995) no son en realidad una causa de reducción del gasto en pensiones. Las posteriores prestaciones y derechos no se redujeron, sino que aumentaron, mientras el volumen de pensionistas no hacía más que aumentar, igual que lo hizo, y mucho, la cuantía media percibida. Si no se cumplieron las previsiones de números rojos para los primeros años del siglo XXI no fue porque se hiciesen “economías” gracias al miedo que generaron las expertas predicciones del colapso. Lo que se hizo fue separar las fuentes de financiación de otras prestaciones y, sobre todo, ingresar más, mucho más, cosa que no se había previsto por ninguno de los expertos predictores.

¿Cómo es posible que el sistema ingresase más, incluso por encima del enorme incremento del gasto? Queda la explicación de la inmigración, claro, el otro argumento “fuerte” de estos expertos para explicar por qué sus previsiones no se cumplieron a pesar de ser intachables. Es una explicación que, además, encaja y confirma la importancia de la relación de dependencia, aliviada gracias a la llegada de jóvenes desde otros países con una intensidad sin precedentes en un país que, de hecho, había sido tradicionalmente emigratorio hasta los años noventa.

Sin embargo, tampoco la inmigración es la explicación de que la Seguridad Social se mantuviese solvente a pesar del envejecimiento poblacional. La realidad que no se quiere admitir nunca es que no es cierto que la “degradación” de la relación de dependencia conduzca inexorablemente a la insostenibilidad del sistema. Para demostrarlo no hace falta un gran aparato teórico; basta con observar lo que ocurrió en el mundo real antes de las reformas y antes de que España se convirtiese en un país de inmigración.

Te propongo un pequeño ejercicio de simulación: trasladarte al año 1964, primer año de la Encuesta de Población Activa, imaginando desconocer por completo lo que ocurrió en años posteriores con las primeras cifras observadas en la encuesta. En lo que se refiere a la relación con la actividad laboral que los españoles tienen ese año, los datos son estos (proporciono la población total exacta, pero el resto expresado en millares de personas para simplificar los datos):
Estamos pues en 1964, con 32 millones de habitantes, de los cuales 19,7 millones tienen edad de trabajar, pero sólo 11,9 millones se declara dispuesto a hacerlo y, de ellos, son 11,6 millones los que efectivamente están trabajando. La relación, por tanto, entre los ocupados y el resto de la población es de 1,75 personas no ocupadas por cada persona que sí lo está.

Ahora viene el ejercicio de imaginación: supongamos que en ese momento se presenta ante nosotros un mago adivino, de fiabilidad demostrada. Siempre acierta sus predicciones y no hay duda de que también lo hará en este asunto. Le preguntamos cómo evolucionará la anterior distribución de la población en los próximos treinta años y nos responde los siguiente:


Relación con la actividad.  Población española, 1964-1994 (millares de personas)

(Traigo este gráfico aquí desde un post anterior: Relación con la actividad y relación de dependencia)


Bien, ahora ya sabemos que en los próximos 30 años la población crecerá en más de 7 millones de habitantes. Las personas que no tienen edad de trabajar no aumentarán mucho porque, el crecimiento de los más mayores se verá compensado por el descenso de las edades infantiles. La mayor parte del crecimiento se producirá, por tanto, entre los 16 y los 65 años, más de cinco millones más de personas en edad de trabajar. Todo parece esperanzador, hasta que nos fijamos en la relación con la actividad y la ocupación de estas edades: ¡crecen todas las categorías excepto la de los ocupados! ¡lo que más crece es el número de inactivos y parados! ¡Lo que nos está prediciendo nuestro adivino es que los siete millones de habitantes adicionales vivirán del trabajo y la riqueza que genere un número de ocupados que prácticamente no experimentará cambio alguno! Dentro de 30 años cada trabajador tendrá que mantener a 2,33 personas, en vez de 1,75.

¿Qué hacer? Aquí le toca el turno predictivo a los profundos analistas de las consecuencias de tal evolución demográfica. Fieles a modelos con más de medio siglo de solera, los alimentan con estos datos demográficos y el resultado es claro: un desastre. El país tendrá dificultades en todos los terrenos, será difícil hacer las inversiones públicas necesarias, mantener los sistemas de protección social o pagar las pensiones. Los ocupados se verán oprimidos por unos impuestos cada vez mayores, lo que reducirá su poder adquisitivo y la capacidad de consumo, deprimiendo la demanda interna y la actividad económica. Los organismos internacionales como la OCDE, el FMI o la propia Unión Europea recomendarán al Estado español hacer recortes de todo tipo, y los mercados financieros mirarán a nuestra deuda pública cada vez con más desconfianza. Nuestro adivino, además, sabe que en todos esos años no habrá un pacto político nacional sobre cómo tratar las pensiones, y que no habrá inmigración de jóvenes de otros países que venga a incrementar el número de ocupados.

Dejando a parte las medidas estatales, la estrategia individual más razonable parece ser meterlo todo en la maleta y huir del país.

Y aquí viene la gran paradoja de todo este asunto. Pasan los 30 años y todo lo que nos predijo nuestro adivino se ha cumplido. ¿También se han hecho realidad los pronósticos de los que predijeron las repercusiones? ¿En cuál de esos dos años se vivía mejor en España, había más riqueza, más infraestructuras, más universidades, más pensionistas, más ocio, más consumo, más inversión…? Quienes conocieron con pleno uso de razón la España de mediados de los sesenta y también la de mediados de los noventa sonreirán ante estas preguntas tan absurdas, porque este es uno de los países en los que mayor crecimiento económico y desarrollo social, cultural, tecnológico y productivo podría comprimirse en un periodo de sólo tres décadas. ¿Cómo es posible? (Insisto, aquí no pueden invocarse las reformas del Pacto de Toledo ni el masivo aporte de inmigrados en edad de trabajar, porque ninguna de ambas cosas había ocurrido todavía).

Antes de seguir predicando el retraso de la jubilación y otros recortes en los derechos de los mayores españoles, alguien debería explicar sus constantes fracasos predictivos, reiterados una y mil veces a lo largo de casi un siglo. ¿Cómo es posible que el deterioro de la relación de dependencia siempre haya ido acompañado de progreso y de riqueza crecientes, todo lo contrario de lo que se predice? Los modelos, en ciencia, se contrastan con la realidad en un constante movimiento de ida y vuelta, para irlos reajustando en función de los errores. En este caso no se ha modificado nada. Al final, insistiendo, se consigue audiencia en medios de comunicación ávidos de alarmas, y en políticos que necesitan contentar a los mercados financieros. Eso no es ciencia, sino manipulación, y probablemente lo que hará será agravar la actual crisis, no resolverla.

Article escrit per Julio Pérez Díaz (CSIC) publicat a la seva web APUNTES DE DEMOGRAFÍA

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