Creo conocer bien Suecia. Cuando a principios de los años sesenta me
fui de España por razones políticas, escogí irme a aquel país, donde los
partidos socialdemócrata y comunista habían ayudado mucho a las fuerzas
democráticas que luchaban contra la dictadura fascista (la historia de
la resistencia antifascista catalana y española no se ha escrito
todavía). Tales partidos nos habían dicho que si algún día tuviéramos
que irnos de nuestro país, consideráramos Suecia como nuestra casa. Y
así fue. En un día lluvioso de agosto (que siempre recordaré) inicié el
camino hacia Suecia.
Yo era médico en aquel entonces y estaba en el Karolinska Hospital.
Pero recibí la instrucción por parte de mis compañeros de la resistencia
antifascista de que me formara y aprendiera del Estado del Bienestar
sueco. Me dijeron que Franco iba a caer en cualquier momento –el
optimismo de la resistencia era necesario para continuar la lucha contra
uno de los regímenes más represivos que hayan existido en Europa (por
cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió diez mil,
según el estudioso más conocido del fascismo en Europa, el profesor
Malekafis, de la Universidad
de Columbia)-. No tenía ni idea de cómo realizar ese aprendizaje y se
lo dije al gobierno sueco, que me derivó al economista más influyente de
la socialdemocracia escandinava, el Sr. Gunnar Myrdal (que recibió más
tarde el Premio Nobel de Economía), y a su esposa Alva Myrdal, una de
las mentes más claras que yo haya conocido. Más tarde también conocí a
Walter Korpi, el analista más conocedor de la realidad económica y
social de Suecia, y a Carl-Henrik Hermansson, que había escrito el libro
más crítico de la estructura de poder económico en Suecia (mi esposa,
sueca, tradujo parte del libro al inglés), y que fue el Secretario
General del Partido Comunista en el periodo 1964-1975, precursor del
eurocomunismo. Fue así como cambié de profesión y comencé a estudiar
economía política y economía social, habiendo tenido todas las personas
citadas una gran influencia en mi trabajo. Y tuve la gran suerte de
presenciar en primera fila uno de los debates más interesantes que yo
haya visto jamás en las áreas de política económica y economía social.
El debate sobre como resolver la falta de trabajadores: inmigración versus integración de la mujer
Mírese como se mire, Suecia es un país poco poblado. Es enorme, casi tan grande como España (la superficie de Suecia es aproximadamente la de España sin Aragón) pero tenía entonces solo 7 millones y medio de habitantes. Y las autoridades del país eran conscientes de que iban a necesitar muchos más trabajadores de los que tenían. La pregunta era ¿de dónde obtendremos los nuevos trabajadores? Una respuesta, procedente de los conservadores y liberales, era que vendrían de la inmigración y, muy en especial, de los otros países escandinavos, principalmente Finlandia y Noruega, y de los países eslavos. Las izquierdas gobernantes entonces -el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista- priorizaban, en cambio, facilitar la integración de la mujer al mercado de trabajo. Lideradas por Alva Myrdal, propusieron y desarrollaron la infraestructura de servicios –como escuelas de infancia y servicios domiciliarios- que ayudaran a las familias y facilitaran la integración de la mujer al mercado de trabajo. También, por cierto, se enfatizó la necesidad de la corresponsabilidad en las tareas familiares, educando y socializando al hombre para que compartiera las tareas domésticas que hasta entonces asumía la mujer (hoy la mujer sueca pasa 28 horas a la semana realizando tareas familiares, y el hombre 22. En España son 42 y 9 horas respectivamente). Era, además, parte de la ideología de las izquierdas que la igualdad de género exigía la integración de la mujer al mercado de trabajo.
Y lo consiguieron. El 72% de las mujeres están integradas en el
mercado de trabajo (En España es el 51%). Esta integración ha sido clave
para explicar la riqueza del país (trabajo quiere decir riqueza) y su
elevado nivel de ingreso de fondos (a través de impuestos) al Estado. El
elevado nivel que los impuestos representan sobre el PIB se basa en el
alto porcentaje de la población adulta que trabaja y en el elevado
gravamen que sostiene el Estado del Bienestar más desarrollado que
todavía hoy existe en Europa. La alta protección social es consecuencia y
también causa del elevado nivel de desarrollo económico. Suecia ha
mostrado durante muchas décadas que, en contra de lo que los
conservadores y liberales asumen, el Estado del Bienestar es una
necesaria inversión para lograr un elevado nivel de desarrollo
económico, social y humano. Ni que decir tiene que persistían muchos
problemas todavía en este modelo social. Pero sí que se había alcanzado
un nivel de bienestar que se había convertido en un punto de referencia
internacional.
La integración de la inmigración
El gobierno sueco permitió, naturalmente, la inmigración, pero no fue la prioridad para resolver el problema de escasez de mano de obra. Ahora bien, lo que sí se enfatizó fue que, si bien la integración de la mujer al mercado de trabajo era el tema prioritario, no podía descuidarse la inmigración. El inmigrante tenía que ser considerado como un ciudadano más con los mismos derechos que el ciudadano sueco. Aunque nunca formulado en estos términos, el eslogan de los sindicatos podría haber sido: “No damos prioridad a la inmigración pero sí al inmigrante”. La política gubernamental de las izquierdas estaba claramente orientada a la integración del inmigrante, lo cual requería su plena integración en el amplio esquema de protección social del país que se caracterizaba por su universalidad, es decir, por ser un derecho de toda la ciudadanía, sin dividirla por raza u origen étnico o cultural, división que siempre favorece al mundo empresarial.
El cambio de gobierno, con una coalición de partidos conservadores y
liberales, ha cambiado esta situación. Esta universalidad se ha
cuestionado y la protección social se ha diluido, el abanico salarial ha
aumentado y el paro ha crecido. Todo ello ingredientes del estallido
social. Sería injusto atribuir estos cambios exclusivamente a los
gobiernos de derechas. Varios de ellos se iniciaron por el gobierno
socialdemócrata. El compromiso con el pleno empleo, por ejemplo, se
diluyó algo en los años ochenta, bajo la dirección de un Ministro de
Finanzas que priorizó el control de la inflación. Y como ya había
escrito Hermansson, el modelo social sueco estaba todavía lejos del
proyecto socialista al cual las izquierdas aspiraban. Pero creo justo
afirmar que la gran mayoría de cambios en camino regresivo han alcanzado
su máximo desarrollo ahora en la época conservadora-liberal que ha
seguido políticas públicas responsables del mayor crecimiento de las
desigualdades que cualquier país de la OCDE (el club de países más ricos
del mundo) haya experimentado. Tal crecimiento ha alimentado el
descontento entre los sectores más vulnerables, con menos recursos. No
hay plena conciencia de que es muy fácil desmontar el Estado del
Bienestar de un país (como se está viendo en España). Y los estallidos
sociales se han dado con mayor intensidad en las ciudades gobernadas por
las fuerzas conservadoras y liberales. La comercialización de los
servicios públicos, la introducción de los mal llamados mercados (como
mecanismo de descohesión social), la desuniversalización de los Estados
del Bienestar, tienen un coste: la descohesión social, que crea un
estallido social.
Article publicat a EL PLURAL.COM
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