dimarts, 7 d’abril del 2015

El emprendedor: ¿quién puede luchar contra su opresor cuando éste es uno mismo?

Byung-Chul Han es un filósofo de orígen coreano formado y afincado en Alemania. Se doctoró en Filosofía por la Universidad de Friburgo con una tesis sobre Martin Heidegger y estudió Literatura alemana y Teología en la Universidad de Múnich. Actualment imparte clases de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlin. Es autor de más de una decena de libros de los que se han traducido al castellano "En el Enjambre", "La Agonía del Eros", "La Sociedad de la Transparencia", "La Sociedad del Cansancio" y "Psicopolítica". Los análisis profundos y minuciosos sobre la sociedad actual que encontramos en su sus breves obras, son imprescindibles para entender el mundo que nos ha tocado vivir.

A continuación reproducimos un extracto del ensayo "La Agonía del Eros", en el cual el autor analiza la figura del emprendedor -el sujeto del rendimiento, como es denominado por el filósofo- y que es alabada sin descanso desde todas las esferas oficiales del sistema económico-político. Han describe a este individuo como un sujeto alienado que vive en el espejismo de la libertad preconizada por el neoliberalismo. Imposibilitado para rebelarse contra su opresor, que es él mismo, vive en una constante vital que lo aboca al "agotamiento" y a la "depresión". El capitalismo no deja de superarse. Así no va a morir nunca, ni siquiera de éxito.
 La administradora del blog

La sociedad del rendimiento está dominada en su totalidad por el verbo modal poder, en contraposición a la sociedad de la disciplina, que formula prohibiciones y utiliza el verbo deber. A partir de un determinado punto de la productividad, la palabra deber se topa pronto con su límite. Para el incremento de la producción es sustituida por el vocablo poder. La llamada a la motivación, a la iniciativa, al proyecto, es más eficaz para la explotación que el látigo y el mandato. El sujeto del rendimiento, como empresario de sí mismo, sin duda es libre en cuanto no está sometido a ningún otro que le mande y lo explote; pero no es realmente libre, pues se explota así mismo, por más que lo haga con entera libertad. Uno es actor y víctima a la vez. La explotación de sí mismo es mucho más eficiente que la ajena, porque va unida al sentimiento de libertad. Con ello la explotación también es posible sin dominio.

Foucault señala que el homo oeconomicus neoliberal no mora en la sociedad disciplinaria, que, como empresario de sí mismo, ya no es un sujeto obediente; pero queda oculto para dicho autor que este empresario por cuenta propia en realidad no es libre, sino que simplemente cree serlo, cuando en verdad se explota así mismo. Foucault adopta un tono afirmativo frente al neoliberalismo. Acepta sin crítica que el régimen neoliberal, como "sistema del Estado mínimo", como "administrador de la libertad", posibilita la libertad del ciudadano. Se le escapa por completo la estructura de poder y coacción que hay en la proclamación neoliberal de la libertad. De esta forma, la interpreta como libertad para la libertad: "Voy a producir para ti lo que se requiera para que seas libre. Voy a procurar que tengas la libertad de ser libre". La proclamación neoliberal de la libertad se manifiesta, en realidad, como un imperativo paradójico: sé libre. Precipita al sujeto del rendimiento a la depresión y al agotamiento. En Foucault, la "ética de sí mismo" ciertamente se opone al poder político represivo, así como a la explotación por parte de otros, pero es ciega ante aquella violencia de la libertad que está en el fondo de la explotación de sí mismo. 

El tú puedes produce coacciones masivas en las que el sujeto del rendimiento se rompe en toda regla. La coacción engendrada por uno mismo se presenta como libertad, de modo que no es reconocida como tal. El tú puedes incluso engendra más coacción que el tú debes. La coacción propia es más fatal que la coacción ajena, ya que no es posible ninguna resistencia contra sí mismo. El régimen neoliberal esconde su estructura coactiva tras la aparente libertad del individuo, que ya no se entiende como sujeto sometido (subject to), sino como desarrollo de un proyecto. Ahí está su ardid. Quien fracasa es, además, culpable y lleva consigo esta culpa dondequiera que vaya. No hay nadie a quien pueda hacer responsable de su fracaso. Tampoco hay posibilidad alguna de excusa y expiación. Con ello surge no sólo la crisis de culpa, sino también la de gratificación.

Tanto el desendeudamiento como la gratificación presuponen la instancia del otro. La falta de vinculación al otro es la condición trascendental de posibilidad para la crisis de gratificación y deudas. Estas crisis ponen de manifiesto que el capitalismo, frente a la suposición ampliamente difundida (por ejemplo por Walter Benjamin), no es ninguna religión, pues toda religión maneja las categorías de deuda (culpa) y desendeudamiento (perdón). El capitalismo es solamente endeudador. No dispone de ninguna posibilidad de expiación que libere al deudor de su deuda. La imposibilidad del desendeudamiento y de la expiación es responsable también de la depresión del sujeto del rendimiento. La depresión, junto con el síndrome del agotamiento, representan un fracaso insalvable en el poder, es decir, una insolvencia física. Insolvencia significa, al pie de la letra, la imponsibilidad de compensar (solvere) la deuda.

Byung-Chul Han
"La agonía del Eros"
Fragmento del capítulo No poder poder
 
Fuente fotografía: http://www.herdereditorial.com/section/5299/

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