dissabte, 11 d’octubre del 2014

Los perfiles de Twitter han reemplazado a las antiguas calles de la villa. LAS "SNUFF MOVIES" ISLAMISTAS Y EL MERCADO GORE DE INTERNET

Artículo publicado en Diásporas Magazine, del diario Público.es
El cuartel bagdadí de la imagen fue arrebatado por la milicia asiria a los fedayines. El hijo de Sadam, Uday Husein, registró en su interior con una cámara de vídeo las torturas de cientos de prisioneros. Posteriormente, las cintas se comercializaron por todo Irak. Fotografía superior, por Ferran Barber (todos los derechos reservados). El fotograma forma parte del documental "En busca de los últimos asirios". Pulsar aquí para ver este trabajo.
 
 ¿En qué se diferencia una “snuff movie” de un vídeo de ISIS? En nada. Justamente a causa de ello, las carnicerías cometidas en Irak y Siria por los grupos islamistas han saneado y reactivado la industria “gore” de Internet, al tiempo que han contribuido a perfilar un nuevo tipo de asesino: ahora, los verdugos se recrean en sus crímenes con mucha más perfidia porque sus ejecuciones han sido concebidas ya desde el principio para exhibirse en Internet. Vuelve la horda, vuelve el linchamiento y vuelve el escarnio público. Los perfiles de Twitter han reemplazado a las antiguas calles de la villa. 

Barcelona | Ferran Barber | Diásporas / Público
 
Dos de los portales más populares de gore porno-informativo agradecían con cinismo este verano a los islamistas que hubieran incrementado la cantidad y la “calidad” de los documentos audiovisuales mediante los que dan a conocer sus actividades. Según sus editores, la barbarie por entregas de ISIS y sus acólitos les ha ayudado a incrementar la audiencia más que ningún otro conflicto precedente.

Ofrecer imágenes explícitas de los asesinatos y torturas a las que someten a sus víctimas es tabú para la Prensa, lo que ha abierto un mercado “interesante” a las web gore de referencia y a los cientos de portales europeos de inspiración islamofóbica.

Por alguna razón, hay cientos de miles de personas que desean ver imágenes explícitas de las ejecuciones y degollamientos. Acceder hasta ellas es tan sencillo como reunir dos términos en el buscador de Google (‘islamist’ y ‘gore’) y adentrarse por las páginas de las docenas de portales consagrados al “sadismo” que menudean por la red.

Incluso Twitter mantenía abiertos hasta hace algunos días varios perfiles de referencia donde se proporcionaba imágenes de las ejecuciones perpetradas por los islamistas de Irak y Siria. La cuenta de “w_elkher” ha sido clausurada ya, pero durante mucho tiempo, "retransmitió" a Occidente casi en tiempo real degollamientos y fusilamientos. 


Uno de sus reportajes más populares fue reproducido el mes pasado por el poco escrupuloso tabloide británico Daily Mail. No mostraba a víctimas decapitadas, ni primeros planos de degollamientos cometidos con la delectación y la eficiencia de un carnicero diestro, pero documentaba con detalle el Gólgota de un grupo de condenados a los que ISIS fusila y sepulta en una zanja. 

Una foto de esa misma serie, publicada el 8 de agosto, muestra un detalle tan inquietante como significativo. En ella puede verse la crucifixión de un condenado en una plaza pública. A algunos metros de la víctima, tras una valla de alambre, una multitud de civiles contempla la agonía como quien acude a un recital de una banda árabe de ‘gothic’. El salvaje asesinato del hombre amordazado es registrado por esta multitud con cámaras de fotos y teléfonos móviles. A todos los efectos, ISIS se sirve de sus asesinatos como un medio internacional de propaganda. Los mismos crímenes han sido concebidos y puestos en escena con vistas a su ulterior difusión. No solamente no impide que se registren sus atrocidades, sino que alienta a la gente a que lo haga.

Ciertamente, no es la primera vez que los grupos islamistas utilizan las imágenes de sus crímenes para realizar proselitismo. Desde hace varias décadas, los salafistas europeos vienen sirviéndose de vídeos de las matanzas de Chechenia e Israel para reclutar a nuevos yihadistas. Lo verdaderamente nuevo ahora es el exhibicionismo de los asesinos y la falta de pudor con la que se recrean en las muertes. Ni siquiera se cubren los rostros, lo que permite aventurar una conclusión todavía más espeluznante: están tan acostumbrados a matar (o familiarizados con la muerte) que son capaces de cortar la aorta de un muchacho sin dejar de sonreír o conversar.


Por otro lado, tal y como sucedió tras la segunda invasión norteamericana de Irak, muchos mercachifles de Oriente Medio están haciendo ya su agosto comercializando en la trastienda vídeos de este nuevo horror por unas pocas rupias. Ni los degollamientos de soviéticos en Afganistán, ni los ahorcamientos de infieles en Yugoslavia o los ajustes de cuentas de los narcos mexicanos le llegan a la suela del zapato a los delirios de ISIS, dentro del top 40 del gore “porno-informativo”. 

Esta generación de realizadores infames mata en streaming, en alta definición y con la cara descubierta. Se diría que les preocupan menos las huríes que cerciorarse de que van a verlos sus mamás y los amiguitos de su pueblo. Matan para la industria; para hacerse con su estrella en el paseo “gore-islamista” de la fama. Al fin y al cabo, están convencidos de que sus crímenes les enaltecen. 
 
 Imagen tomada durante una incursión de la guerrilla a la población de Harvel, en el transcurso del conflicto liberiano (1995). El bebé de la imagen no sufrió ningún daño, ni fue víctima de agresión alguna. Quien lo sostiene de ese modo es su propio abuelo. Fotografía superior, por Ferran Barber (todos los derechos reservados).

A mediados de los noventa, en plena guerra de Liberia, comenzó a menudear una variante de ONG cuya principal actividad consistía en vender informes y fotografías de las atrocidades del conflicto. Escenas de canibalismo; bebés con los intestinos arrancados a mordiscos; cráneos trepanados; hombres devorando cerebros; crucifixiones… Los agentes de la “organización” habían ordenado el material fotográfico y los dosieres informativos por secciones. No había una sola modalidad de matanza sanguinaria o de mutilación perversa que no hubiera sido consignada en los catálogos.

Los dosieres se vendían por un precio variable de entre 25 y 200 dólares, a plena luz del día, dentro de oficinas públicas situadas en el centro de la devastada Monrovia. Ofrecían sus productos bajo nombres-paragua del estilo de “Organización para el desarrollo de Liberia” o “Movimiento por la Libertad”. En realidad, eran timbas de buscavidas que habían descubierto el modo de exportar los únicos bienes y servicios que su país podía producir sin competencia: el asesinato, la tortura y la violencia.

¿Quién constituía la clientela de aquella incipiente industria africana de productos porno-bélicos? ¿Quiénes eran los degenerados que alimentaban la demanda de basura gore-informativa? ¿Quizá el representante de algún depravado magnate del gore europeo? En absoluto. La clientela era la Prensa; los periodistas de los medios internacionales de comunicación destacados en Liberia y, en menor medida, los funcionarios de embajadas y de algunas ONG europeas y norteamericanas.

Especialmente inquietante resultaba que los “agentes” de las falsas ONG se ofrecieran a conseguir “por encargo” imágenes de las atrocidades que eventualmente no tuvieran en catálogo. "¿Llegó a inducir un crimen la clientela de aquel mercado atroz?", se preguntaba necesariamente el periodista que cubría aquellos hechos.

Chiringuitos semejantes se crearon en Ruanda y en la vecina Sierra Leona. Durante los noventa, en los vídeo-club de toda África podía conseguirse sin problemas una copia en betamax del desollamiento del ex presidente liberiano Samuel Doe. Era, con diferencia, la “snuff movie” más popular de todo África.

© Diásporas / Público 2014

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