dimarts, 19 de febrer del 2013

EL DERECHO DEL TRABAJO

  

Article escrit per l'admistradora del bloc

Es importante explicar, antes de entrar en materia, que en los inicios de la formación de la fuerza empresarial, l@s obrer@s no consideraban la acumulación como deseable, (de hecho, ésta es la (re)creación por excelencia del sistema capitalista, en la cual se asienta), por lo que limitaban su actividad laboral al mantenimiento de sus necesidades básicas. Ante esta perspectiva, y para poder mantener el ritmo de producción deseado en sus fábricas y talleres, los empresarios disminuyeron los salarios significativamente, de manera que l@s trabajadorxs se vieran en la necesidad de prolongar al máximo una extenuante jornada laboral que les proporcionara el sustento, al tiempo que se dictaban sanciones penales a to@s aquéll@s que no cumplieran con su contrato de trabajo, limitando su movilidad y convirtiendo la fábrica en una fortaleza dirigida con una férrea disciplina. 

Una vez domesticad@s, garantizando así la provisión de mano de obra, la imposición del Trabajo se eleva a la categoría de Derecho.       


Mujeres trabajadoras de OSETIA
El Derecho del Trabajo, aunque conseguido en buena parte gracias a las luchas obreras, surge como exigencia del propio sistema capitalista para poder mantenerse y perpetuarse en el tiempo. Podemos decir que este sistema de producción cede a algunas de las reivindicaciones  sociales y laborales de l@s trabajadorxs ante la necesidad de garantizar la reproducción y supervivencia  de la mano de obra que lo sostiene. Para ello, debe mejorar la salud y las condiciones de vida de mujeres, hombres y niñ@s de manera que haga mínimamente soportable el alto nivel de explotación al que el sistema había sometido al proletariado y que hacía peligrar su propia existencia.  

De esta forma, el capitalismo se dota a sí mismo de un instrumento que pone en manos del Estado para que éste regule, en su propio beneficio, una relación entre dos fuerzas antagónicas en la que no se cuestiona jamás ni se pone nunca en peligro el status quo en el que una de ellas se mantiene como hegemónica y la otra como subordinada, de manera que a través de pequeñas concesiones el sistema no sólo permanezca intacto en el tiempo, sino que adquiera solidez. (El poder económico no desea apoderarse del Estado: lo necesita para imponer sus condiciones mediante la regulación jurídica y así dotarlas de carácter legal, obligando a su cumplimiento, y también para defender sus exigencias mediante las fuerzas represivas dependientes del poder político gobernante, al que no puede desobedecer sin incurrir en graves responsabilidades penales.)

Desde los años 80 hasta nuestros días no ha cesado el mantra neoliberal que culpa, en buena medida, a la supuesta rigidez del mercado laboral de obstaculizar la recuperación económica e, incluso, la señala como una de sus causas desencadenantes, de manera que no se cuestione jamás la viabilidad del sistema y, al mismo tiempo, se justifique la paulatina eliminación de las normas protectoras de los derechos de l@s trabajadorxs, llevada a cabo, en muchos casos, por partidos políticos social-demócratas, con el beneplácito de las fuerzas sindicales que han renunciado, gradualmente y sin pausa, a las grandes reivindicaciones laborales, legitimando socialmente, unos y otros, estos retrocesos.

Así, durante diversos años entre 1970 y 1980,  y malversando el lenguaje, se imprimieron expresiones tales como “Derecho del Trabajo de la Emergencia” o “Derecho del Trabajo de la Crisis”, que contenían medidas contrarias a los intereses de la clase trabajadora con la excusa de ser necesarias para paliar el alto índice de desocupación imperante en la época, abriéndose una etapa de “Concertación Social” en la cual las aspiraciones de mejoras laborales y sociales chocaron de pleno con la “Negociación Concesiva”. Todo un derroche de creatividad lingüística al servicio de la clase empresarial y las élites financieras.

La  aplicación de estas medidas restrictivas en materia de derecho laboral debía tener una duración limitada en el tiempo. Sin embargo, siguió manteniéndose en los períodos de crecimiento económico: en palabras de Adoración Guamán y Héctor Illueca “la desregulación del trabajo asalariado vino para quedarse”, El Huracán Neoliberal.  

La imperante hegemonía de la ideología liberal en materia económica fue desbancada por la política intervencionista de John Maynard Keynes desde  1929 -año del estallido de La Gran Depresión norteamericana- hasta la década de los 70 -en que estalla la crisis del petróleo-. El Keynesianismo se expandió por los países industrializados tras la II Guerra Mundial hasta que Margaret Thatcher, triunfadora en las elecciones británicas de 1979, y Ronald Reagan, nombrado presidente de EEUU en 1980, acaban, definitivamente, con este período de conquistas sociales y laborales.

Este giro de 360º en las políticas económicas, llevadas a cabo en gran parte de Norteamérica y Europa y que beneficiaron a las clases populares, fue posible, en primer lugar, a la amenaza que supuso para la élite que sostenía el poder la Revolución Rusa de 1917 -la Revolución de Octubre- con la  que  se demostraba que otro orden económico y social era posible, y en segundo lugar, a las luchas del proletariado estadounidense durante el período de la Gran Depresión con las que se cuestionó la legitimidad de la clase dominante y, por tanto, su mantenimiento en el poder.   

Con el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989, y el consiguiente retroceso de la ideología marxista, podemos decir que el neoliberalismo ve caer el bastión que hasta ese momento había opuesto resistencia a su expansión -aunque aún quedan muros en alto- presentándose como la única ideología capaz de coexistir con el sistema democrático, un sistema que ella misma se ha encargado de pervertir. 


 

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