Hemos vivido una semana negra en la que la violencia
machista ha asesinado a cuatro mujeres. Sabemos que la lucha contra
esta violencia no forma parte de las preocupaciones del PP, que
seguramente cree que no merece la pena dedicar dinero a esto. Cuando la
ministra llamó a estos asesinatos "violencia doméstica", estaba
formulando toda una declaración de principios y marcando el camino a seguir:
es una violencia que debe volver a formar parte de lo privado y como
tal dejar de ser objeto del debate y la preocupación pública. En el
mismo sentido va el anteproyecto de reforma del Código Penal diseñado
por el ministro de Justicia, que parece que elimina el concepto de
violencia de género.
Por el contrario, le debemos a
Zapatero (y a algunas de sus ministras) el haber puesto en el debate
público la violencia machista; el haber contribuido a sacar de las
catacumbas de lo privado una violencia, que es ideológica y política y
que se ha llevado por delante las vidas de miles de mujeres. Durante la
etapa socialista se nombró, se legisló, se destinaron fondos, se
implementaron políticas adecuadas, se contribuyó al cambio social frente
a este fenómeno; es decir, se combatió y, sobre todo, se ofreció
cobertura y apoyo a las víctimas y a sus hijos e hijas, ofreciéndoles la
posibilidad de escapar de la violencia.
Todo lo
hecho por los gobiernos socialistas era necesario y justo, el camino
abierto es el camino por el que habremos de seguir en cuanto podamos,
pero aun así es necesario saber que no es suficiente y que los
asesinatos de mujeres a manos de hombres con los que tenían o habían
tenido relación sexual y/o sentimental seguirán produciéndose.
Esto será así mientras sigamos pensando que la violencia machista puede
combatirse sin poner nombre y combatir al sistema que ha creado y que
mantiene la desigualdad: el patriarcado; que existe de la misma manera
que existe el capitalismo aunque a menudo nos hagan pensar que no, que
esta forma cultural de organizarnos y construirnos como hombres y
mujeres es natural. No lo es; y por eso no basta con incorporar a las
mujeres al trabajo asalariado o a la educación, con que sean ministras o
estén en igual número en los consejos de administración. Eso es muy
importante, pero no es lo único. Tendemos a olvidar que los países
nórdicos, pioneros en poner en marcha políticas específicas de lucha
contra la violencia de género, siguen siendo países con índices muy
altos de asesinatos por violencia machista y en delitos sexuales.
Porque para eliminar la violencia machista tenemos que cambiar
radicalmente los mecanismos sobre los que se levanta nuestra cultura en
lo que hace al sexo/ género, la manera en que nos construimos como
mujeres y como hombres desde la infancia, la manera en que nos
relacionamos, el valor que se nos asigna a unas y otros culturalmente.
Es decir, mientras sigamos siendo irreductiblemente diferentes, no
podremos ser iguales. Porque la diferencia de género es, sobre todo,
diferencia de valor. Lo que estamos consiguiendo las feministas es
igualarnos en las leyes y en las oportunidades sociales, pero no
avanzamos al mismo ritmo (e incluso retrocedemos) en la deconstrucción
de lo simbólico, es decir, en lo que nos construye subjetivamente y como
seres sociales. Mientras sigamos pensando que de los pares
activo/pasiva; inteligente/intuitiva; fuerte/dulce; proveedor/maternal;
promiscuo/fiel; valiente/tímida, agresivo/pacífica... (y otros mil que
nos inventemos), la primera parte es propia de los hombres y la segunda
de las mujeres, no iremos bien.
Y no vamos bien
porque, como ocurre siempre que un grupo social busca un cambio que es
contrario a los presupuestos básicos sobre los que una determinada
sociedad se funda –en este caso la desigualdad de género–, y a los
intereses del grupo social privilegiado –en este caso los varones–, la
resistencia social es enorme. Quien sea maestra, profesor o madre/padre
sabe muy bien el enorme retroceso sufrido en la última década entre los
niños/as y adolescentes.
Sí, hemos conseguido enormes
avances, pero las escuelas infantiles viven una invasión de rosa: niñas
vestidas de rosa y todo tipo de artilugios rosas, desde carteras,
bolígrafos a bicicletas, que diferencian a los niñas de los niños antes
de que puedan decir una sola palabra ni expresen ningún deseo propio. Y
después las adolescentes, aunque no vistan de rosa piensan en rosa y
siguen soñando con el príncipe azul, una idea del amor romántico
omnipresente en el que ellas ocupan un lugar completamente diferente del
de los chicos y que la cultura popular estimula constantemente.
Príncipes que salvan princesas y no princesas que salvan príncipes ni,
sobre todo, que se salvan a sí mismas. El amor romántico impregna la
cultura popular y la satura de significados de desigualdad, de pasividad
femenina, de sacrificios que ellas hacen por amor, incluso contra sí
mismas.
Esa es la educación sentimental que tienen,
porque la educación sexual la reciben exclusivamente del porno al que
chicos y chicas están sobreexpuestos a edades muy tempranas; y nunca
antes los chicos y las chicas habían tenido una idea tan distorsionada
(y machista) del sexo, absolutamente ligado a imágenes de dominación
masculina y sumisión femenina. Para ellos y ellas, la pornografía es la
realidad de la sexualidad, el modelo ideal de relación. Y en todo caso
estamos todo el tiempo sometidos a una persistente y omnipresente
cultura audiovisual que en su mayor parte, es sexista y misógina. Nunca
antes el cuerpo de las mujeres ha estado tan presente y tan sexualizado
al mismo tiempo; nunca antes hemos estado sometidas a tantas presiones
para que lo arreglemos, lo cincelemos, lo convirtamos en un objeto
sexual "normalizado"; para que seamos madres a toda costa, para que
seamos "femeninas" a toda costa, para que nos enamoramos como es debido,
para que no vivamos ni nos atrevamos a imaginarnos solas y
emocionalmente independientes.
Para, en estas
condiciones, provocar un cambio real sin prohibir y censurar, que no
suele dar buen resultado y además es imposible, lo que hay que hacer es
educar. Ofrecer a los niños y las niñas y a los y las adolescentes un
currículum agresivo y potente en educación sexual, en valores, en
igualdad que contrarreste y combata los valores culturales dominantes.
La universidad de Midddlesex acaba de publicar un estudio en el que
asegura que la única manera de contrarrestar la influencia del porno
entre chicos y chicas es ofrecerles educación sexual veraz,
especialmente en lo que se refiere a los placeres y deseos de las
chicas, permanentemente invisibilizados en la pornografía mayoritaria.
Sin cuestionar por completo el sistema, es imposible atajar la violencia
contra las mujeres porque es como tratar de taponar un géiser con un
dedo.
Article de Beatriz Gimeno publicat a EL DIARIO.ES
Font fotografía: http://www.evefem.com/
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