Article publicat a CUARTO PODER
Poco se puede añadir a lo ya dicho en estos días sobre Nelson Mandela: pocas veces se ha rendido un homenaje tan unánime a la memoria de un hombre. Ahora bien, quizás sí cabe decir algo precisamente sobre esta estrepitosa unanimidad.
De entrada puede producir alguna extrañeza que los mismos gobernantes
que cierran las fronteras a los emigrantes o los deportan a golpes o
pagan a dictadores para que se deshagan de ellos con discreción en los
desiertos, los que mandan drones a bombardear otros países y soldados a invadirlos, los que apoyan dictaduras en las que los extranjeros trabajan en condiciones
de esclavitud, los que persiguen y encarcelan a jóvenes por soñar la
autodeterminación de sus pueblos, los que promulgan leyes liberticidas,
los que apoyaron en otro tiempo el apartheid en Sudáfrica y lo
apoyan hoy en Palestina; que los mismos periodistas e intelectuales que
piden a gritos la cadena perpetua y hasta la pena de muerte, los que
arremeten contra Cuba o contra Venezuela, los que legitiman golpes de Estado en Honduras y criminalizan a Correa o Morales,
los que defienden la privatización de los recursos, la educación y la
cultura, los que en estos días rendían también homenaje a Kennedy y un poco antes a Thatcher y Reagan,
produce sin duda extrañeza -digo- que estos gobernantes y estos
periodistas sientan de pronto ese arrebatado fervor por un expreso
político que luchó toda su vida contra ellos y lo que representan.
Desde
la izquierda, este desmayo místico de los políticos y los medios de
comunicación produce, más que extrañeza, indignación y en las redes y en
los periódicos más comprometidos muchos comentaristas han denunciado
con razón su hipocresía y su cinismo, recordando que Mandela fue
considerado durante años “terrorista”, que defendió la lucha armada y
que su proyecto de liberación para Sudáfrica se medía en el espejo de
Argelia y de Cuba. Hay, sí, una tentativa de “asimilación” o de
“recuperación” de Mandela por parte del “sistema”, tentativa que inspira
una inevitable repugnancia. Pero conviene ir un poco más allá de esta
repugnancia instintiva para no quedar atrapados en el horizonte de
nuestras desdichas placenteras e incontaminadas.
Nos quieren robar a Mandela, quieren robar a Mandela a ese pueblo damné que luchó a su lado. ¿Eso es necesariamente malo? En general, desde
la izquierda tendemos a juzgar a los personajes históricos por su
resistencia a la “recuperación”. Si un personaje histórico es
susceptible de recuperación por parte del “sistema”, si el “sistema”
muestra una decidida voluntad de recuperarlo, si habla elogiosamente de
un revolucionario muerto, eso se debe bien a que en realidad fue
derrotado, bien a que han conseguido arrebatarnos su legado. En el caso
de Mandela las dos cosas son en parte ciertas y la desconfianza de la
izquierda está bastante justificada. Si leemos el capítulo que Naomí Klein dedicó a Sudáfrica en su obra La doctrina del shock o atendemos a los datos
relativos a desigualdad económica y violencia racial en ese país,
podemos decir que el combate de Mandela fracasó o al menos no triunfó
enteramente. Asimismo podemos decir que convertir a Mandela en un
“antirracista abstracto” y homenajearlo por ello supone una manipulación
que busca volverlo “inservible” para las causas populares. A menudo los
capitalistas, los racistas, los machistas premian u homenajean a los
anticapitalistas, a los antirracistas y a los antimachistas no tanto
para sobornarlos y ablandarlos -que también- sino para contaminarlos e
inutilizarlos en sus propias filas. Y lo hacen porque a menudo también
desde la izquierda caemos en la trampa.
Pero la izquierda somos cuatro gatos y no deberíamos perder mucho
tiempo en recordarnos los unos a los otros lo que ya sabemos. La
unanimidad del homenaje a Mandela, ¿qué significa? ¿Es una tentativa de
recuperación que indicaría una derrota? No estoy seguro. Hay que pensar
en la gente normal. Mandela es un personaje de ficción. Es un personaje
de ficción porque la realidad produce sobre todo personajes de ficción.
En este
sentido, Mandela o Ghandi o el Che Guevara son personajes de ficción a igual título que Rambo, que defendió “la causa de la libertad” en Afganistán junto a Ben Laden,
otro personaje de ficción. Pero para la gente normal unos y otros no
son lo mismo; y no lo son porque cuando la gente normal, acosada por la
dictadura o el FMI, sale a las plazas a reclamar libertad se pone una
camiseta del Che y no una de Rambo. Claro que sí: desde
la izquierda puede resultarnos indignante que hayan convertido al Che
en el icono de la rebeldía abstracta, a Ghandi en el icono del pacifismo
abstracto y a Mandela en el icono del antirracismo abstracto. Pero esos
iconos, a veces hasta económicamente rentables, no son una victoria del
mercado. Cuando un pueblo deja su pasividad para luchar por buenas
razones (la justicia, la igualdad, la democracia, la autodeterminación)
es una excelente cosa que recuerde e invoque la rebeldía abstracta, el
pacifismo abstracto y el antirracismo abstracto, pues la propia lucha
vuelve estos conceptos inevitablemente concretos. Cuando un pueblo, en
cambio, acepta o reivindica malas causas (como el neoliberalismo o el
franquismo) no será jamás rebelde ni pacifista ni antirracista: nunca a
nadie se le ha ocurrido salir a la calle a apoyar a Franco, a Thatcher o a Pinochet en nombre
del Che, de Ghandi o de Mandela. Digamos que los iconos esperan
desactivados, o activados en otra parte, a que los pueblos tomen las
plazas. Entonces no hay ninguna duda acerca de cuáles son utilizables y
cuáles no. Ningún neonazi se pondrá jamás una camiseta del Che o de
Ghandi o de Mandela para dar una paliza a un inmigrante. El Che, Ghandi y
Mandela son “inrobables” incluso como personajes de ficción.
Porque incluso esta tentativa de robo indica que, de hecho, al menos de manera parcial, y a pesar de los datos económicos de Sudáfrica, Mandela ha triunfado sobre los mismos que lo nombran. Vivo, doblegó el brazo del apartheid
que apoyaban muchos de los que ahora lo alaban. Muerto, reprime el
racismo de los que antaño apoyaron la discriminación y que hoy no tienen
arrestos para
decir lo que realmente piensan. ¿Quién se lo impide? El personaje de
ficción Mandela y los millones de personas en todo el mundo que lo
lloran sinceramente. Mandela los obliga, sí, a ser “políticamente
correctos”. No debemos desdeñar este pequeño logro en nombre
de un falso radicalismo. El mundo en el que vivimos es atroz, pero
sabemos por experiencia que podría ser aún peor si los discursos
confinados en minorías subterráneas ascendieran desde las profundidades y
hablaran desde las instituciones “sin complejos”. Es bueno que las
instituciones del capitalismo sean hipócritas; es bueno que un Mandela
de ficción -con millones de personas detrás- los obligue a ser
hipócritas. Ni la derrota del apartheid ni el establecimiento de
un antirracismo abstracto -que no deben impedirnos seguir luchando
contra el racismo concreto- son victorias pequeñas.
Como sabemos, la alta cultura se entretiene en establecer, por
ejemplo, “cánones” literarios con listas más o menos arbitrarias de
obras y autores. Más allá de diferencias ideológicas o nacionales, todas
coinciden al menos en las exclusiones: habrá listas en las que estarán Flaubert, Manzoni y Cervantes y otras en las que no estarán, pero no hay ninguna lista en las que estén Paul de Cock o Campoamor.
La gente normal también “canoniza” sus modelos y referentes
políticos. Tiene sus panteones populares, reservas de resistencia
encarnada para los días de revuelta. En todos esos panteones, sin duda,
están el Che, Ghandi y Mandela, Espartaco y José Martí. En muchos de ellos están Chávez, Shankara, Abdelkrim. En algunos Fidel Castro y Simón Bolívar. En ninguno están -no sé- Hitler, Stalin, Thatcher u Obama.
No es que no haya diferencias entre estos últimos cuatro nombres, pero
tienen en común que ninguno de ellos sirve para rebelarse en nombre de la justicia.
Queda en pie la pregunta, dirigida a la izquierda, de por qué siempre nos roban o intentan robarnos los nuestros mientras que nosotros nunca tratamos de robarles los suyos. Una respuesta es que la derecha es mucho más promiscua y mucho menos
puritana que la izquierda. El capitalismo convierte al Che en una
camiseta y a Mandela en un “hombre bueno” mientras que nosotros somos
incapaces de apropiarnos de lo que hay nuestro en ciertos católicos, en ciertos liberales, en ciertos ilustrados: cierto Chesterton, cierto Locke, cierto Kant o incluso cierto Roosvelt y cierto Papa Francisco.
La otra respuesta tiene que ver con la victoria de los buenos
personajes de ficción. Es que son realmente buenos. Nunca se verá a
nuestros gobernantes y a nuestros medios de comunicación “recuperar” a
Stalin. ¿Por qué? Porque es un perdedor universal. Dejan ese trabajo
de recuperación a un pequeño sector de la izquierda que de esa manera,
mediante ese esfuerzo insensato, se derrota a sí misma sin necesidad de
intervenciones exteriores. La derecha es muy lista. ¿Por qué recupera al
Che, a Ghandi, a Mandela? La derecha “recupera” a los nuestros porque
son más populares, porque forman parte del canon resistente de la gente
normal, porque representan una victoria de esa “decencia común” sin la
cual toda legitimidad es imposible. Su recuperación es el triunfo de los
pueblos. Gloria al victorioso Mandela que, tras obligar a los “malos” a
abolir el sistema de apartheid, les obliga ahora a hablar bien de él.
Font fotografia: http://www.sindicatoandaluz.org/?q=node/1307
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